INFRAORDINARIO:
En un acto de rebeldía, voy pisando las líneas de las baldosas, para espantar a todo el mundo. Para que todos crean que yo no temo a la mala suerte. Mientras tanto, observo cómo la hojas de los árboles otoñales penden de una fina rama seca, a la espera de una brisa un tanto más poderosa que termine de una vez con ese mecer.
No puedo evitar pensar, en las llamadas incómodas que nadie quiere atender y que quedan flotando en el espacio de los despreciados.
Los bolígrafos vacíos, encajados en el lapicero que tiene impreso el almanaque del año anterior y que nadie se atreve a tirar. Los cayos debajo del dedo anular, que fueron testigos del amor tóxico que un día fue, entre aquellos sin tinta y el papel.
Cementerios repletos de sueños inconclusos y de puntos finales sorpresivos. Flores crujientes con lágrimas secas entre sus pétalos.
El sol que va y que viene, la luna que siempre está.
Las migas del mantel que ahora son del césped y que tiempo después, serán de las hormigas.
La vida, que solo depende del reloj.
Me tropiezo con una de las baldosas pero no caigo y la hoja de color ocre que aún me mira desde esa rama seca. La mala suerte, no existe.
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