El hombre caminaba por la calle, sumido en sus pensamientos, sin prestar atención a su alrededor. Pero algo llamó su atención: un pequeño objeto brillante en la acera. Se detuvo y se agachó para recogerlo.

Era una moneda de diez centavos, nada fuera de lo común. Pero al sostenerla en su mano, comenzó a pensar en todo lo que representaba. La moneda había sido acuñada en una fábrica, transportada a un banco, entregada a un cliente, gastada en algún comercio, recibida por un vendedor, cambiada en un banco y finalmente, había llegado a su mano.

Era solo una pequeña parte de todo el sistema económico, pero era un recordatorio de la complejidad del mundo en el que vivía. Un mundo lleno de interconexiones y relaciones, de personas que se relacionaban entre sí sin siquiera darse cuenta.

El hombre se levantó y siguió caminando, pero esta vez con una nueva perspectiva. Todo lo que lo rodeaba, desde las hojas que se movían en el viento hasta las personas que pasaban junto a él, formaban parte de un vasto infraordinario, un mundo oculto de pequeñas cosas que, juntas, conformaban la realidad que lo rodeaba.

Y aunque a menudo pasaban desapercibidos, estos pequeños detalles eran la esencia misma de la vida cotidiana, la base sobre la cual se construían las grandes historias y los grandes cambios. Así, el hombre continuó su camino, maravillado por la complejidad del mundo que lo rodeaba y agradecido por haber sido testigo de una pequeña parte de él.

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