(Infraordinario)
Abrió un ojo, luego otro y luego todos los demás. El día empezaba a clarear y procedió a su primer aseo diario, poseía una obsesión enfermiza por la limpieza, quizás porque su trabajo la obligaba a recorrer e inspeccionar todo tipo de inmundicias.
Se restregó el cuello y la cabeza con las manos que luego frotó entre sí, para seguir con sus patas dos a dos para finalizar peinando y alisando sus alas. Esta operación la repetía constantemente, como si de un rito religioso se tratara.
Agitó las alas hasta conseguir su zumbido característico y se elevó unos metros. Desde allí se dominaba un hermoso paisaje, en el que sobre el fondo cálido y veteado de color marrón claro destacaban unas cuantas construcciones de formas diversas.
Una sombra ocultó momentáneamente la luz cenital y cinco extraños gusanos unidos a una gruesa serpiente, que parecía surgir de una montaña de vivos colores, atraparon un cilindro que humeaba en un edificio circular y lo elevaron a las alturas, introduciéndolo en una gruta que se cerró sobre él succionando y haciéndole crepitar. Luego, de esa misma gruta, brotó un largo chorro de humo gris apestoso.
El monstruo devolvió el cilindro a su lugar y se restableció la calma.
Entonces otra extremidad similar a la anterior se unió a ella en una danza que hacía vibrar a los diez gusanos, que bailaron sobre las figuras geométricas que formaban el tejado de un edificio rectangular. Los diferentes polígonos estaban marcados con extraños signos jeroglíficos que debían tener algún significado. No se paró a tratar de descifrarlos, porque la vida es breve y no se debe perder tiempo en buscar explicaciones de aquello que no se va a entender nunca.
Lo más sorprendente es que en la pared de enfrente, que despedía luz, comenzaron a aparecer los mismos signos a medida que iban siendo pisoteados por los gusanos.
Ante esa demostración de poder, percatándose del peligro que corría permaneciendo allí al descubierto, emprendió la retirada y ya desde las alturas divisó una lisa y brillante pista de aterrizaje donde tomó tierra. Por curiosidad extendió la trompa y probó el rocío que la cubría, tenía un sabor muy salado y sin embargo apetitoso; tan entusiasmada estaba con su aperitivo que no prestó atención a la sombra que se cernía sobre ella.
Tampoco llegó a reaccionar, ni siquiera sintió dolor, cuando fue literalmente aplastada por la extremidad del monstruo.
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