Infraordinario.

Por más que corría, nunca lo alcanzaba. Alzaba la voz por ver si así era capaz de detenerlo, pero cada día se daba maña para ganarme. 

Yo quería vivir ese instante, atrapar el segundo último en que la oscuridad todo lo cubría. ¡Qué impotencia no poder siquiera contabilizarlo! Tan ocupada estaba en que llegara la noche -impaciente por que amaneciera de nuevo para aferrar otra vez la noche. Así pasé la vida- que apenas ya los distinguía, no acertaba a atrapar nunca el momento preciso. La luz ya solo una sombra, el sol devorado por las fauces voraces del horizonte.

Tuvo que ser la muerte la que lo depositara en mis manos. El segundo que tanto había buscado y no apresaba. Así fue, cuando ya no lo esperaba, como me hice con el instante en que el día se vuelve noche.

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