Infraordinario
Era un domingo por la tarde y en la tele emitían un programa de variedades. Para mí verlo no era importante, pero si para mi hermana, siete años mayor que yo. Ella siempre protestaba porque nuestro padre no compraba un televisor. Y allí estaba yo, una niña de siete u ocho años, pegando la oreja a la puerta de la casa de la vecina. Antes era obediente y hacía lo que mi hermana ordenaba. “Mira a ver si están los vecinos” Si oía algún movimiento, ella se encargaba de tocar el timbre. Siempre tenía una excusa preparada. “Venía a devolver unas revistas”. La hija de la vecina, unos años mayor que mi hermana, era proveedora de revistas del corazón y de fotonovelas, que yo había ojeado alguna vez con extrañeza y pavor. En ellas aparecían escenas violentas donde el hombre obligaba a la mujer a besarlo sujetándola con fuerza. Así que todos los domingos se repetía el mismo juego y éramos okupas por unas horas del sofá de la vecina. A ella no parecía molestarle. Esos momentos repetidos y llenos de intriga han quedado grabados en mi mente.
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