Estaba a oscuras. En silencio. Inmóvil. Mirando atentamente el rayo de sol que se filtraba a través de un agujero de la persiana. Una persiana como cualquier otra, pero vieja. Cansada. Tan usada que ya ni siquiera cerraba bien. Pero a ella no le importaba. Le daba igual. Estaba asqueada de su trabajo, de su obligación. Harta de subir y bajar había decidido quedarse ahí, atascada. No quería moverse. De lo único que tenía ganas era de que la sacasen, la desechasen al lado del contenedor donde acabaría su vida y así poder descansar en el vertedero más cercano. Su vida se acababa y lo sabía. Habían sido muchos años y, después de tanto tiempo, solo recibía golpes y malas palabras. Pero le daba igual. Allí se quedó, fija, dejando pasar un rayo de sol que rompía la oscuridad de la habitación. Si hubiese podido llorar lo habría hecho, pero no era más que una persiana. Verde. Sucia. Vieja y cansada.

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