A
quién le importa si decido permanecer algún tiempo más escondida
entre los girasoles. Ya sé que solo soy una hierba inútil, que no
soy productiva y que necesito parte del agua y los alimentos de mis
compañeras. Pero quiero vivir, aunque mi vida sea inútil, quiero
vivirla.

La
mayoría de las hierbas somos arrancadas de raíz en cuanto nos ven,
a pesar de no ser peligrosas, de no hacer daño, por el simple hecho
de no habernos encontrado alguna utilidad rentable.

Yo
he sido astuta, escondida en medio de los girasoles, aún no me han
visto y procuro no crecer demasiado, que mi figura no sobresalga por
encima de mis floridas compañeros.

Ellos,
orgullosos y repletos del fruto, enriquecerán al campesino, mientras
acompañan los movimientos del sol. Son dóciles y disciplinados.

En
cambio, yo soy salvaje.

He
nacido sin semilla alguna, provengo del recuerdo que dejaron mis
antepasados y germino año tras año en su honor. Brotar a través
de los tiempos y a pesar de los obstáculos, es mi identidad, la seña
de mi rebeldía.

No
necesito mano humana para nacer.

Pero
el ambicioso hombre me desprecia, no comprenden la secreta sabiduría
que encierra mi savia. Solo comprenden de dinero, de productividad.

Pero
yo insisto en que no les importa si vivo en medio de los hermosos
girasoles, rodeada de sus fecundas cabezas, dejando que las abejas
descansen en mí.

Solo
soy una humilde hierba que ocupa en minúsculo espacio en esta
inmensidad.

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