Intenté escribir una vez más, mientras colgaba aquel pendiente de finas curvas.

Amarré un reloj a mi muñeca, me hice esclavo del insomnio, las charlas y los deseos de circo.

Intenté tender las hendiduras, las falacias y los gritos de feria.

Quise separar los pies de vez en cuando, alejar los dedos de esa fotografía; escribir poemas olvidados, como si las letras se acordaran de mí.

Intenté dejar la rutina, y volver a las franjas de colores de aquella televisión del siglo xx.

Volví a bailar en las escaleras, a cantar los silbidos de tus pendientes.

Aprendí a sobrellevar el café y a finalmente ordenar las bolsas del supermercado.

Intenté escribirte desde mi puño, comprimido de sustento, de alegorías; y aún más despechado que nunca, intenté abrazar el mar que me recorre.

Valoré mis fuerzas en la balanza y atrapé mis temores al caminar, como si no tropezarme fuera opción.

Guardé mi ropa, mis sábanas, y todo lo de color:

Porque extraño mis ojos, la mirada que palpitaba sin salir de ángulos, la brisa de tus secretos y el hielo de tus incendios después de las cuatro.

Porque extraño querer a las horas, sobrellevar los lunares de mi cuerpo, abrir el baúl siempre al descubierto.

Porque extraño estar al blanco y negro, como los hombres pudieron ver al mundo la primera vez;

Pero soy un manchón en la ventana, ahora seco de lluvia, repleto de compañía.

No intento ser más que la rutina, de los rastros de aquel invierno,
en que veíamos el famoso filme al saturado, aunque lo preferí a blanco a negro.

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