Relato infraordinario

– Dos cervezas, por favor – mientras dirigíamos una mirada veloz al camarero, para volver a clavar los ojos el uno en el otro. El agua que resbalaba por el botellín al entrar en contacto con mis manos, ayudó a devolverme por un segundo a la realidad, al igual que el sonido de la silla arrastrada por la gravilla para acercarla un poco más a él.

Hubiera jurado que todos en aquel lugar nos estaban mirando. Me parecía imposible que la conexión que había entre nosotros no se estuviera materializando físicamente de alguna manera, y que todo el mundo no estuviera preguntándose qué era aquello, al igual que yo me lo preguntaba cada vez que miraba sus ojos. Y tal vez en aquel pensamiento irracional hubiera algo de razón: en la sonrisa del camarero al servirnos las cervezas; en la pareja de ancianos que nos miraban con una leve sonrisa, que reflejaba ternura y nostalgia; en el matrimonio con niños que nos miró con curiosidad cuando nos sentamos.

Los botellines habían ido dejando un surco de agua en la mesa, que yo empecé a esparcir con mi dedo, nerviosa, tratando, de forma infructuosa, de calmar el corazón que parecía querer escapar del pecho, y poner en orden la catarata de pensamientos que salían por cada uno de mis poros. 

– ¿Nos vamos? – dijo él. Ninguno de los dos sabíamos a dónde, pero sí que era juntos. Llamamos a la vez al camarero, que atendió pronto nuestra petición, como contagiado por nuestro propio entusiasmo.

Al levantarnos, dejamos allí los dos botellines, cómplices de nuestras manos que ahora se buscaban. Ambos surcos de agua habían ido expandiéndose por la mesa, en la que aún se dejaban entrever las huellas de mis dedos inquietos, fusionándose como nosotros mismos.

Cinco minutos después llegó otra pareja, pidió una mesa. -Esperen un segundo, recojo esto ahora mismo –Ella, mirando por mirar algo, vio aquellos dos botellines apurados, las gotas de agua punteando la mesa. Esa sencilla estampa, tan frugal como el camarero recogiendo a toda velocidad en su bandeja mientras pasaba la bayeta, era el primer rastro de un nosotros.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS