Relato infraordinario.

Se encienden las farolas, los hombres se van poco a poco. La paloma, muerta en la acera; de sus órbitas brotan hormigas. En el alfeizar, su nido. Los polluelos quiebran el cascaron mientras duerme el mundo. Entonces el sol vuelve y suenan las primeras voces del ajetreo. Allí están, inmóviles, en la ventana, cubiertos de llagas, con filas de hormigas agolpadas en sus párpados como lágrimas color ladrillo. Por los recovecos del hormiguero, la vida.  

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