Rompe de un golpe el tapón del bote de pintura negra y mancha la tela con trazos violentos, inconexos. Sus ojos húmedos solo ven el lienzo. La imagen de ella aparece de forma sutil. Primero sus pupilas, luego sus labios y por fin sus pechos.

Giovanni rompe a llorar. ¿Era necesario ser tan realista? La furia de los trazos no pudo con la intensidad de aquellos ojos clavados en su rostro oscuro. Ella no estaba allí para esperar, para callar, para desaparecer otra vez. Estaba allí para quedarse, para mirar a su autor a los ojos y recordarle que representa a una mujer que aún le espera en Puerto Lobos, a orillas del mar, junto a las ballenas, adonde Giovanni decidió no volver, a esa misma playa a la que volverá con el lienzo bajo el brazo y un «lo siento, ¿aún me quieres?».

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