RELATO INFRALEVE

Comenzaban casi siempre igual, con un abrazo largo y un beso en la boca nada más cerrar la puerta. Luego cada uno se dirigía a su lado de la cama. Él, siempre al izquierdo. Se desvestía deprisa, de pie, con movimientos rápidos y precisos que ocultaban a medias sus ganas y se sentaba en el borde de la cama para quitarse los calcetines, largos hasta la rodilla, perfectamente estirados como los de un colegial. Acababa dejando el reloj y la alianza con descuido en la mesilla de noche. Y era en ese momento cuando ella sabía que estaba realmente desnudo.

Ella preparaba cada encuentro en su imaginación y empezaba a disfrutar ya unos días antes de cada cita. Quería seguir interesándole. Se entregaban a su juego amatorio cada día con la pasión y la consideración de los amantes nuevos y la complicidad y la confianza de un matrimonio viejo. Hablaban de todo, también de lo importante, reían a carcajadas  y se amaban con verdad. Luego se quedaban dormidos, satisfechos, abrazados con las piernas enredadas, respirándose, tan cerca el uno del otro como no pensaban que pudiera estarse.

Después, cuando llegaba el momento de irse a casa, tras una ducha rápida para no despertar sospechas, él volvía a hacerlo todo en orden inverso. Ella dejaba de mirarlo cuando se ponía de nuevo la alianza y el reloj y comprendía que, en ese preciso momento, dejaba de ser suyo.

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