Me extendió la mano y dijo «me voy». El tono de su voz y el temblor de su mano, me reveló que esperaba que le pidiera «quédese». Yo guardé silencio, la negra culpa que se revolvía en mi pecho, me impidió pedírselo. Solo me dejé envolver por su mirada de amor. Su mano se durmió en la mía, como para quedarse. Alguien le gritó desde afuera, «vámonos, ya no pierda más el tiempo», ella se asustó y retiró su mano, como si se estuviese quemando. Me miró de nuevo y me dijo «adiós». No le respondí, la contemplé por un momento como Juan Diego a la virgen, quise guardarla dentro de mis recuerdos, como se guarda un tesoro en el cofre. Cerré mis ojos, no quería soltar su imagen ni verla partir. «Adiós» le respondí y ya no escuché nada más. Mantuve mis ojos cerrados otro momento, mientras me arrepentía con cada célula de mi ser, haberle sido infiel. «Es una mujer maravillosa» me dije a mí mismo, mientras desfilaban por mi cabeza los bellos recuerdos que viví a su lado, «no sé que voy a hacer sin ella», pensé, y abrí mis ojos. Estaba recostada sobre mi pecho durmiendo como una bebé. Todo había sido un sueño, o más bien una advertencia.

                                                      Fin 

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