Su mejor caricia

Su mejor caricia

Cada día repetía el mismo ritual. Lavaba a mi madre cuidadosamente. El agua parecía borrar los recuerdos de su azarosa vida; su cuerpo permanecía inmóvil y su mirada vagaba errante frente a la ventana. Yo la peinaba con suavidad el pelo cano y frágil, intentando ahondar en su mente, arremetiendo contra un presente que había borrado sus recuerdos como un huracán. A continuación, inundaba el aire de colonia fresca, impregnando el lugar de un fresco aroma a lavanda.

Ella se miraba en el espejo, aunque no sé si se reconocía. Sus ojos azul mar transmitían esa fugacidad atemporal que encubre los sentimientos, que desdibujaba mi niñez cuajada de olas que esculpían la arena, con ese sabor salado que aún saboreo en mis labios.

Ahora mi madre apenas hablaba. Era como si se ahogase en arenas movedizas y arrastrara consigo esos instantes que marcan una vida.

Yo le cogía la mano y la acariciaba. Su fragilidad mostraba un estado inerte, como una muñeca de trapo, suave pero débil, ajena al tiempo.

Pero hoy, al cogerle la mano he notado como movía los dedos. Era apenas imperceptible, pero esa sensación ha sido como una corriente eléctrica que recorría mis entrañas. El pozo del dolor ha comenzado a secarse y me he lanzado a un abismo de esperanza que ha hecho florecer mi corazón.

Quizás el tic-tac del reloj se empieza a oír de nuevo.

Esa ha sido su mejor caricia.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS