Pompas de verano

Pompas de verano

Nicolas zinna

28/01/2023

infraordinario

Entre los pasos, el polvo y las hojas caían, el medio día se asentaba con la dulce caricia del sol en la piel de los que paseaban o por desgracia debieran estar ahí, sentados, inmóviles esperando. Entre estos pasos y a la hedionda sombra yacía sentado un niño al que todos ignoraban, jugando con un mellado caballito de madera.

Este niño era hermoso, había heredado los suaves cabellos de una madre que un día tuvo, pero ahora nadie podía apreciar esa belleza inocente, pues los supurados vendajes que sujetaban su piel y sus ampollas impedían que el sol de aquellos atardeceres acariciasen ese dulce rostro. Solo los ojos quedaban destapados, unos dulces pero intensos ojos que miraban las hojas de caer, con los que observaba atónito los juegos de otros niños con los que no podía jugar o relacionarse debido a su condición infecciosa.

Como perdía el interés por su caballito, también lo perdía a veces por los niños que jugaban y centraba su atención en los adultos y los gestos que hacían. Desde su sombra este los imitaba con una sonrisa en la cara, con sus deditos escribía a veces en el suelo a través del polvo garabatos que se le ocurrían y a veces se hacia daño en los dedos y se le arrancaba alguna uña del dedo, pero no expresaba dolor como otros niños sino que miraba fascinado las heridas que se le formaban con genuina curiosidad, se las tocaba y jugaba con ellas como una plastilina, con la frialdad e inocencia que caracteriza a un niño.

No era un niño afortunado en lo que a salud respecta, sin embargo no era infeliz, disfrutaba de su soledad, de los atardeceres que desde el patio observaba, de las risas de la gente y sobre todo de la calma que allí había. No era desagradable tampoco cuando se le acercaba algún mayor y le saludaba preguntándole como estaba antes de continuar no mucho después con su paso, uno de los cuantos pasos que por allí repiqueteaba. Entre las baldosas del patio y los murmullos de conversaciones ajenas a aquel niño, el reposaba las suaves comidas que las enfermeras le daban, y esperaba tranquilamente que se pusiese el sol para ir a dormir y contemplar otro día mas de juegos y risas, murmullos y miradas, que inundaban las paredes de los patios del lugar que la enfermedad convertiría en su hogar.

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