OTRO CORAZÓN SONRIENTE

OTRO CORAZÓN SONRIENTE

Despierto… o eso creo. Mi mano, desde la lejanía permitida por la estructura del brazo, revela el hueco que ella dejó en la cama. Un acusado descenso de temperatura sobre esa parte del colchón habla de una ausencia que desde hace algún tiempo es eterna, provocando que, en la mitad noreste de la almohada, a menudo, se desaten pensamientos nubosos con precipitaciones que podrían ir acompañadas de fuertes tormentas. Podrían. A veces solo llueve; una lluvia resignada y leve, de estar por casa.

Un tímido rayo de sol se cuela entre las cortinas y tengo la sensación de haber vivido antes esa luz. Quizás mucho tiempo atrás, cuando todavía creía poder sorprender a mi sombra burlándose de mí, a mis espaldas. Descorro las cortinas esperando encontrar un día conocido aunque ya remoto, donde todo estaba por suceder, pero a pesar de mi esfuerzo por retenerlo, se desvanece ante mis ojos, ansiosos por continuar un poco más en ese deja vu lumínico que casi consigue burlar al riguroso presente.

Es sábado. Toca café sin prisas, sentado a una mesa de cocina pintada por ella; con ausencia de ella. Sin  acostumbrarme a su falta, sigo colocando dos tazas a juego que, también ella, decoró con dos corazones sonrientes. A veces, cuando miro sin mirar, creo verla enfrente durante un breve instante; despeinada y hermosa. Tengo miedo a parpadear, ya que sé que tras el parpadeo, ella ya no estará allí. 

Adapto la normativa de deseos a mi conveniencia y aprovecho la fugacidad de esa visión para formular uno de forma artificiosa e interesada. Eso si, para compensar el artificio y no pecar de egoísmo, acepto que dicho deseo sea negociable. 

Me conformaría con saber que existe, que sigue viva en algún lugar. Presentir que una pompa de jabón podría volar hasta mi balcón conteniendo aire de sus pulmones. Esperar que una traviesa ráfaga de viento robe un beso suyo y lo acerque hasta mis labios. Imaginar que el aire desplazado por un ligero movimiento de sus manos, desde cualquier lejano lugar, sea caricia al encontrarse con mi piel. 

El sabor del café trata en vano de construir un hogar entre las paredes de mi boca, pero afuera, la casa es un hueco estéril donde toda expresión de vida aparente consiste en una grotesca combinación de mi presencia y los esporádicos quejidos del compresor de una vieja nevera.

De pronto, algo llama mi atención. Sobre el cristal empañado de la ventana alguien ha dibujado otro corazón sonriente. Creo que no he sido yo…y eso me hace sonreír.  

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