Infraordinario.

No fue un beso como esperaba, suave, caliente y resbaladizo. Fue un beso de arena, un beso de labios pequeños, y aún así no pude evitar querer cogerte fuerte la cabeza y traerla más hacia mí, más dentro de mí.
No pude evitar un suspiro —un aullido casi— que te pilló desprevenido, creo.

Un suspiro de por fin.

Un suspiro de quiero más.

Y es que los besos de los sueños duran una milésima de segundo pero permanecen agarrados a tu estómago una eternidad. Toda la mañana.

Imagen: «Los amantes» (1928), de René Magritte, en Museo de Arte Moderno de Nueva York (Estados Unidos). 

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