Espalda recta y piernas apoyadas en un ángulo de noventa grados. El coche circula a una velocidad constante por el carril derecho, sin grandes variaciones gracias al control de crucero. Conduzco con los pensamientos sobrevolando la carretera, como un bocadillo de un cómic por encima de mi todoterreno quemador de combustible. Después de todo, llevo más de treinta años haciendo algo que ya es mecánico. Mi yo consciente no lo es de mis movimientos involuntarios: pie izquierdo sobre el embrague, suave pero firmemente apoyado, siempre alerta para actuar, como un soldado en el frente. Pie derecho sobre el acelerador, preparado para pegar un salto a la izquierda y pisar fuerte si la situación lo requiere. Las manos sobre el volante, firmes y seguras, con un leve temblor debido al firme de la carretera. El dedo corazón de la mano izquierda, alerta en todo momento para indicar un cambio de carril en el intermitente. Todo en perfecta sincronía para una situación de emergencia repentina. Mi yo físico en estado de alerta; mi yo mental viviendo en una distopía de mi propia vida. Mi futuro laboral como periodista en decadencia, mi vida personal convertido en un sándwich generacional entre hijos adolescentes y padres mayores. Una relación de pareja bastante alejada de las películas románticas. Y entre medias, mi yo real, cumplida más de la mitad de la esperanza de vida en este rinconcito privilegiado del planeta, perdido en un día a día de variados desafíos. Afrontar gastos cada días más descontrolados, problemas domésticos de fontanería, estar presente y vigilante a mis hijos y sus demandas tecnológicas, a mis padres con continuas necesidades de salud, seguir una dieta saludable, hacer deporte y mindfulness, no dejar de cultivar la mente y dejar de ver series en streaming.
Cla-cla-cla-cla-cla. La nube de pensamientos se disuelve de golpe cuando mi yo físico percibe que el coche pisa unas rayas laterales que hacen vibrar todo mi cuerpo, a modo de banda sonora de mi vida. Para entonces, mi pie derecho ya ha actuado a su libre albedrío y apretado el freno. Pero la primera ley de Newton es inevitable y el coche se precipita sobre el guardarraíl, lo arrastra y cae por una cuneta. Entonces mi yo mental se despliega del físico y alcanza a pensar: hasta aquí he llegado.

Pon la banda sonora a tu vida

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