una ráfaga vino a tropezar con las hojas y las levantó del suelo casi un dos metros, en un torbellino de tierra , cuando se estrellaron conmigo, en un golpe rasposo y seco , la tierra suelta se metió en mis ojos y escarchó mis labios, yo volteé el rostro intentando esquivarlas , pero era ya tarde, bombardeada de pequeños arañazos que no lastiman, ni duelen, solo incomodan , restregando mis ojos de la neblina suave de polvo fino , seguí mi camino sacudiéndome el pelo de las secas intrusas que cual descuartizados cuerpos, disgregué a cada paso, estalladas y deshechas por el golpe, bailaron en el aire unos segundos hasta caer desvanecidas de nuevo sobre la acera y crujieron inermes bajo mis pies
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