¡Con qué deleite y pena observo cómo se lame sus bolitas Grifo, mi gato persa! Con su lengua áspera recorre sus tesoros con tal cuidado y amor, sin dejar pliegue sin limpiar, valle o montaña sin regar. Como un dios sobre sus mundos, pasaportes a lo eterno de su biología, rindiendo culto al origen de sus bienes y de sus males. Aunque supiera que le espera el martes a las diez en el veterinario, seguiría con esa cadencia hipnótica de ojos cerrados y patas abiertas en ochenta grados. 

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