Tortuga Ninja

Tortuga Ninja

Hazel

09/01/2023

¿Para qué conservo tantas porquerías sobre la repisa que cada vez
me fastidia más limpiar!

¡Qué
ganas de arrojarlas a un cajón y olvidarme de ellas!

En
su mayoría, recuerdos de viajes a lugares que nunca conoceré, y
unas figuras de colección.

Tomo
una de ellas para quitarles el polvillo, el muñeco de una tortuga
ninja, Rafael; aquella que había tomado su nombre del pintor
renacentista, con sus sai (unas especie de cuchillas), y su cara de
“quiero otra porción de pizza de peperoni”. Rafael, y las otras
piezas nos observaban a mi esposa y a mí cual testigos invisibles de
nuestros movimientos. Digo invisibles porque ni ella ni yo nos
percatábamos de su presencia, excepto al momento de limpiarlas. Los
recuerdos son de ella, de conocidos que se los obsequiaron: no los
podría tirar, pero en cambio los muñecos…

Una
vaga sensación entrando por la ventana, un resplandor de algo que
creía perdido me rozó. Mi mano apretujó a Rafael como alguien que
busca un amuleto precario que lo proteja en su remanso.

Madre
me llevaba a un kiosco, a la vuelta de casa, y como había sido el
hijo ideal (al menos esa semana) me recompensaba con un chocolate de
mis proferidos. Más que el dulce yo anhelaba el juguete que venía
dentro de él. Porque los coleccionaba y siempre esperaba que me
tocase uno nuevo, para sumar a mi colección personal.

Estaba
en la escuela, y miraba con fastidio los manuales que hablaban de
números y de verbos y de gente que había hecho cosas importantes,
mas que a mí no me interesaba conocer. Sonaba el timbre y la sonrisa
se dibujaba en mi cara como si fuera una río que atravesase una
montaña (lo siento nunca se me dio bien la geografía), y ese era el
momento esperado, el recreo, donde me juntaba con mis compañeros y
cada uno exhibía con orgullo su colección de muñecos.

La
niñez que el adulto se obstinaba en ocultar, pero no podía.

Abrí
los ojos, y en la palma de la mano estaba otra vez Rafael, devenido
en un objeto ajado y en desuso.

Lo
volví a colocar en su lugar y salí de la habitación, pero me volví
porque quería saber la hora en el reloj de pared.

No
vi el reloj sino las paredes, que estaban siendo atravesados por la
humedad…

De
mis ojos.

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