Nadie amaneció a mi lado el segundo día de enero. Era martes. Caminé al Retiro. El Palacio de Cristal albergaba una instalación aún más desilusionante que la anterior. Al pasar junto al viejo Ahuehuete vi a una mujer que se había quitado el abrigo y el jersey y miraba hacia lo alto del árbol apoyando su espalda en la valla que lo rodea.
“Aquí siempre se siente la calidez del planeta”, dijo en voz alta, dirigiéndose a nadie en particular, tal vez a sí misma. “Quisiera ser su alimento, pero alguien tendría que ayudarme”, continuó diciendo
“Yo lo haré”, respondí con rapidez y total sinceridad.
Permanecimos en silencio. El parque enmudeció haciéndonos compañía durante unos instantes. Nadie fue testigo de ese extraño acuerdo. Nos sentamos en la tierra, abrazados por raíces y hojas que desafían el invierno. Hablamos de la vida y de la muerte.
Nos continuamos viendo los siguientes martes, siempre en el Retiro. Nos escondíamos al abrigo de grandes arbustos y al escuchar el sonido de las verjas del parque cerrándose, trepábamos a las gruesas ramas del ahuehuete sintiendo su calor y el aliento de la savia que evocaba relatos inmortales. El primer martes de febrero la esperé en vano.
Pocos días después recibí un SMS de una compañía de reparto urgente advirtiéndome que el siguiente martes entregarían un paquete. El lunes recibí un nuevo SMS desde un número oculto con un escueto “ábrelo sin tardanza”.
Ese martes sonó el timbre, abrí la puerta, firmé en la pantalla, abrí el paquete, observé la pequeña bolsa de plástico, que en su interior contenía lo que parecían cenizas, acaricié su rostro en una foto en la que, escrito a mano, se podía leer “Hazlo por mí”. Esa misma tarde, al atardecer, una de las papeleras cercanas al ahuehuete contenía la bolsa vacía. Su foto, su escritura, quedaba al alcance de mi mirada en un marco que descansaba en una de las estanterías frente a la mesa en la que suelo leer y trabajar.
Han pasado los años, la vida y la muerte han seguido cruzándose. Los martes de enero acudo sin falta al Retiro, permanezco oculto, me desprendo de la ropa de abrigo, salto la verja y en las ramas del ahuehuete percibo algo más que la calidez del recuerdo, una inspiración que me empuja cada día en la búsqueda de la felicidad.
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