Lo que admiro de ellas es simple, no tienen nada. Pero a pesar
de su vacuidad son hermosas. Captan la atención de los más simples, quienes
corren detrás de ellas, y en su intento de atrapar a esta diáfana y redonda
especie, arrastradas por el capricho del viento, el cual, les produce una errática
trayectoria, alcanzan su final, como si se tratara de una ironía del destino, inmediatamente al entrar en contacto con algo.

Su ligereza consiste en no cargar con nada en su interior. Están
desposeídas y por eso logran volar alcanzando alturas con las que solo podemos fantasear, y de igual forma, esfumarse en un instante. A diferencia
nuestra que para elevarnos primero nos anclamos a la tierra, ofreciendo gran resistencia a
desvanecernos con el viento, pretendemos domarlo en lugar de entregarnos a su capricho, intentando prolongar nuestra permanencia en lo alto el mayor tiempo
posible.

Ellas no ocultan nada, nosotros lo escondemos todo. Si la
reencarnación es cierta, y funciona como la imagino, me gustaría regresar en la
forma de una burbuja. Para lograr algunas de las cosas que en mi condición
actual no he conseguido: la sonrisa de un niño, la ligereza, ser transparente y
brillante, pero, ante todo, fluir con el viento, entregado por completo a su misterio. Y al estallar integrarme de nuevo a él. Sin ira, sin miedo, sin llanto y sin vanas esperanzas.

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