Jacaranda sacude los brazos. Desde la rama más alta divisa a Martina caminando hacia Ricardo. Cincuenta pasos los separan. Ricardo espera bajo la sombra que le brinda el árbol. Durante dos lustros se han citado, sin falla, una vez al año en el mismo lugar. Jacaranda los conoce bien, les ha tomado cariño.

Martina anhela sentir los dedos de su amante como diminutos tentáculos adhiriéndose a su cuello, a la hondonada de la espalda.

A treinta pasos de distancia, el corazón de Martina hace cabriolas. Jacaranda descubre un halo, invisible para los ojos humanos, que se incrementa cuando ambos, a lo lejos, se divisan. La estela  se mezcla en el aire, despide un aroma a almizcle que dilata los vasos sanguíneos faciales de los transeúntes. Se ruborizan sin saber por qué.

Los brazos de la joven amante se alistan para saltar, pero Ricardo no reduce el espacio, continúa inmóvil. A diez pasos, Martina camina lento, tanteando la tierra, como si una valla intempestivamente fuera a erigirse. Los latidos se quedan suspendidos en el pecho.

Los amantes frente a frente como aves quietas en lago insomne.

Aburrida por la parquedad innecesaria, Jacaranda sacude una lluvia de diminutas hojas, algunas quedan engarzadas en los cabellos de la mujer. Un paso largo y  Ricardo quita una-dos hojas. Sus dedos se entretienen con una hilacha de la blusa. Es un pretexto para tocarla. Decidido, se inclina y le deja un tibio beso en la clavícula. Después, se retrae siete pasos.

Jacaranda observa una nube oscura cruzar por las pupilas del hombre. Descubre la rigidez que se apodera de su cuerpo.  Musita un “lo siento”, gira el cuerpo y se enfila al auto. Los pasos entre ellos se vuelven abismos insalvables.

Jacaranda detecta un olor a culpa en la piel de Ricardo, después voltea a ver la solitaria figura de la mujer y la consuela dejando caer sobre ella a sus más bellas flores.

Martina observa las delicadas campanas lilas esparcidas en el suelo. Su cuerpo se tambalea. La intuición venía anunciándole el fin desde hace algún tiempo. Ignoró las alertas. La fantasía es gran estímulo para aferrarse a la aceptación. 

 El pequeño incendio que ardía en  la piel de Martina va apagándose despacio, muy despacio.

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