Infraordinario: a la espera

Infraordinario: a la espera

Es necesario que lo haga, aunque le duela en su orgullo de bella durmiente.  No se puede permitir soñar.  Los sueños son para las princesas de los cuentos.  Ella tiene que despertarse antes que el sol, aunque el frío de la madrugada le quiebre los huesos, para enfrentarse de nuevo a la cruda realidad que le ofrece la ciudad capital, siempre tan colosal y devastadora. 

Lo triste no está en tener que dejar los sueños a medias y el calor de las cobijas, para empezar el día con un baño gélido.  Es tenerla que despertar a ella, la razón de su lucha diaria, el fruto de sus entrañas, para que tenga que vivir lo mismo.  No la puede dejar sola en ese pequeño cuarto y la pobreza no justifica la suciedad.  Hay que lavarse y estar limpio, aunque no haya para alquilar un cuarto con agua caliente y para un desayuno decente que no sean las sobras de anoche y la canasta con los dulces, tentadora y prohibida, porque están a la venta en los ríos de gente del sistema de transporte masivo.  

A su hija le cuesta mucho entenderlo por su lógica infantil para solucionar el hambre con la sencilla ecuación que ya es comida y no hay que esperar a venderla para comprar más.  Es difícil hacerle entender que esa comida no se puede comer porque es necesario venderla para pagar el alquiler y los otros gastos que incluyen una comida más saludable.   Qué fácil para un niño soñar con vivir comiendo dulces.   

A pesar de madrugar, tarda en organizarse y organizar a su hija para salir, por un temor subliminal a dejar la seguridad de su pequeño terruño; pero es necesario enfrentarse de nuevo al agreste fluir de las multitudes en el sistema masivo.  Pronto están en la calle con la canasta de dulces rumbo al paradero.  Allí le espera una pequeña multitud de madrugadores, todos mirando hacia el mismo sitio a la espera del alimentador que los conducirá juntos en una sola y compacta masa de cuerpos.  

La primera oportunidad del día: «a la orden, los dulces, las mentas, galleticas de sabores, el maní dulce o salado, a la orden».   Ofrece con entusiasmo, mientras su hija intenta esconderse en su sombra; pero pocos le prestan atención, a pesar de repetirlo un poco más fuerte.  Arremete de nuevo sin éxito y termina igual que los demás, también a la espera.                

                       

             

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