Mi observación minuciosa de lo cotidiano fue casi surrealista.
Unos meses después de mudarme con quien fue mi pareja. Fue mi primera vez
viviendo con un hombre después de tantos años de vivir con mi familia. Dejar el
nido literalmente, el seno de la familia. No solo eso, también hubo otras
cosas, otras primeras experiencias que experimenté junto a él; un mundo nuevo y
mucho para asimilar en poco tiempo. Lo más impresionante para mí fue el
acostumbrarme a él. Parecía a simple vista que había dejado atrás el
sorprenderme para siempre de mi entonces nueva realidad, hasta que, todavía
estando con él, me pregunté si de verdad lo había hecho. Resultó ser que, en
efecto, la pregunta que me formulé estaba respondida, no dejé de sorprenderme,
parecía que sí, pero en realidad no, porque las primeras veces crean impactos,
dejan huellas y nunca se olvidan. Lo veía durmiendo a mi lado y muchas veces me
dije: «No puedo creerlo, estoy viviendo en pareja, durmiendo en la misma
habitación y compartiendo cama con el hombre que amo. Esto es real, de verdad
es impresionante cómo me cambió la vida».
Pero lo demás, cuando estaba soltera y todavía no sabía cómo era convivir en
pareja; levantarme de la cama, ir al baño, hacer la rutina de la mañana. Tomar
café. Todo eso, esa costumbre no era surrealista, aunque no voy a mentir,
reaccionar y prestar atención a esos detalles, me pasó, pero no se compara con
hacer algo por primera vez y que sea descomunal.
Abrir los ojos, y depende de la posición en la que hayas amanecido; tus ojos
buscan al otro ser que está contigo en la habitación, es una experiencia
increíble. Saludarlo, besarlo y comenzar el día junto a ese ser, que tú has
elegido para compartir la primera hora al despertar; es una experiencia
fascinante y aterradora cuando la analizas de manera minuciosa, pero no deja de
ser algo bueno si te sientes bien con la misma.
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