Relato infraordinario.
Encontré dos entradas de cine del año 57 en mitad de un libro, como un marcapáginas improvisado, que parecían hechas de algodón de azúcar, que sabrían como el color azul debería, rotas por las esquinas en formas irregularmente simétricas que asustan, con la fecha en tinta marina cuando en Cortegana no hay mar; le pregunté a mi abuelo si recordaba por qué estaban allí: “porque cada objeto conoce su lugar”, me preguntó si yo era un objeto y no supe qué decir porque no me quedo en el mismo sitio demasiado tiempo.
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