(Infraordinario)

 8:00 am, un nuevo día comienza. El olor del café se mezcla con quejas económicas desde el televisor. Disfruto el sabor de una arepa con mantequilla y queso. Sabor que me traslada a mi tierra.

Shhh, suena la sartén al hacer contacto con la cebolla, el ajo y el pimentón. Que bien huele el almuerzo, que bien cocino.

Una silla frente a mi escritorio hace un guiño y accedo. En un esfuerzo por hallar la calma, un instrumental silencia los ruidos. Las palabras toman vida y penetran mi espíritu:

“Pues sabemos con cuánta ternura nos ama Dios, porque nos ha dado el Espíritu Santo para llenar nuestro corazón con su amor”.

Ahora camino rápido en compañía de un tránsito desesperado por llegar. Llego.

¡Riiin, riiin! suena el teléfono mientras alguien en la ventanilla llama para hacer una consulta. En la pantalla del celular esperan muchas notificaciones verdes por revisar y la casilla del mail compite con dichas notificaciones. Silencio interior para poder escuchar mi propio respiro. Conecto con el dulce sonido de aquellas palabras que hicieron vibrar mi espíritu por la mañana:

“Su amor, Su amor llena mi corazón”.

Inexplicablemente vuelve la calma. Se apagan los ruidos porque al final, la calma, no es un lugar físico, es Su presencia.

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