Al pulsar el botón del ascensor se percató de que la papelera estaba alejada unos centímetros de la pared y la colocó en su sitio. Todos los días el recipiente aparecía en el mismo lugar y él corregía la posición a su lugar de origen. Transcurrieron los meses contrarrestando movimientos entre él y un vecino anónimo. Uno elevó su queja a la comunidad conminando a su oponente a que se identificara: «La papelera deja una marca en la pared, hay que despegarla unos centímetros». «No toca la pared si se coloca con cuidado», alegó el segundo. Los vecinos, unos a favor y otros en contra, provocaron el caos en el portal: la papelera cambiaba de posición enloquecidamente.
El presidente resolvió que los días pares se colocara en un sitio y los impares en otro. Pero llegó Febrero, fue bisiesto y tiñó la papelera de sangre.
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