A Milan Kundera
No hay nada más imbécil, más intrascendente y más cotidiano que abrir la puerta de la calle con el cabo de un pincel teñido de rouge bordó y salir de la celda al espacio limpiándose una lágrima perdida que cae a la mano que pulsa la llave y recordando el sueño que quedó atrás.
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