Querer tanto es agotador (infraordinario)

Querer tanto es agotador (infraordinario)

Marian Leis

20/12/2022

Cuando parí a mi hijo nació un monstruo. Era aterrador verlo tan pequeño, tan frágil e indefenso… Cualquiera podría haber entrado por la puerta, quitármelo de malas maneras y estamparlo contra el suelo.

Lo abracé y lloré.

¿Qué había hecho? Había traído al mundo a alguien que no lo había pedido sólo por mi egoísta sentimiento de querer, o QUERER con mayúsculas.

Había nacido en mí el monstruo de la responsabilidad. El del pecado del egoísmo disfrazado de altruismo.

Lo miré e hizo un ruidito. En realidad era una respiración condensada en un cuerpo muy pequeño. La destilación de la vida de un ser humano de tamaño bolsillo; lo coges y te lo llevas.

Era el sonido del paladeo, de ese sumiller que cata un vino pero en lugar de medir metro ochenta lo hace con cuarenta centímetros y degustando leche de teta.

Desde entonces lo miro con celo. Horrorizada. ¿Y si me lo roban? ¿Y si lo matan?

Cuando tenía unos meses y lo sacamos a pasear por el parque me imaginé a un energúmeno prendiéndole fuego al carrito. Me dio mucha ansiedad y nos volvimos a casa.

Luego con el tiempo fue ganando centímetros y lorzas y el monstruo seguía ahí.

Pasó de la teta a querer chupar una rodaja de filete. La cavidad bucal ya no era la misma y el ruidito era más intenso, con más fuerza, como si el sumiller acompañase la degustación con un pedazo de queso.

Fuimos a un centro comercial cuando tenía tres años y se despistó… se despistó él, porque yo no. Lo miré escondida a ver cómo reaccionaba y al no verme empezó a ponerse nervioso. Primero un puchero, luego una lágrima… ¿mami? La gente pasaba de largo. Cuando lloraba ya con sentimiento me acerqué a él y le abracé. Tiene que aprender que el mundo es una mierda.

El otro día, ya con cinco años, me pidió que le abriese un chupachús. Mierda de azúcar. Me quedé atontada mirando su deleite. Sus ricitos largos a veces se le enredaban en la boca y tenía que parar, sacarlos con los dedos pringosos y volver a metérselo ignorante de que su pelo había quedado hecho un asco. Chup, chup, chup…

Hoy me he adelantado, he ido antes a buscarlo a clase de judo y he visto cómo el sensei le gritaba. Un puchero. 

Despídete de la cuota, hijo de puta.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS