el alcance de una mano

(infraordinario)

En el hueco de mi mano hay un gorrión. Acaba de nacer. Puedo, si quiero, cerrarla. Más fuerte, más fuerte, más. O puedo retorcerle el pescuezo al ave.

Sostengo una copa con mi mano derecha, el brazo extendido en una perfecta paralela al piso. La copa es de un cristal muy fino, más delgado que un papel, transparente, limpísimo. Soy consciente de que si la suelto, se estrellará contra el suelo y se partirá en mil pedazos, irremediablemente.

Mi mano acaricia un trébol. Mis dedos se deslizan por su tallo fino, delicado. Soy capaz de arrancarlo de un tirón con un mínimo esfuerzo.

Lenta, pesadamente, un insecto se pasea alrededor de mi zapato. Puedo, sin levantar del todo mi pie izquierdo, desviarlo un centímetro de su posición, después volverlo a su natural estado de reposo. Con el insecto debajo.

Puedo pulsar este botón y borrar el archivo de memoria definitivamente. O arrojarme desde la baranda de este piso trece. Qué le costaría a mi mano derecha escorarse cuarenta y cinco grados a su izquierda, hacer caer el agua hirviendo de esta jarra sobre el gato que duerme, inocente, bajo su vertical.

Puedo, si quiero, romperle el cuello a las palabras esta tarde, hacerlas confesar.

Acaricio el gorrión, bebe en mi mano, deposito la copa sobre el mármol frío, firme de la mesa, mi mano se aleja del trébol, luego de un pequeño vaivén el tallo queda a salvo, me olvido del insecto, ahora no lo veo, pulso, en cambio, el botón de guardar, me abrazo a mi mujer, tan fuerte que me mira extrañada, cierro el ventanal que da al balcón, vierto el contenido de la jarra sobre dos tazas, en silencio, nos bebemos el té, el gato duerme.

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