Alienación laboral (Infraordinario)

Alienación laboral (Infraordinario)

La joven limpiadora se sentía envuelta cada día por aquel olor a libro y cuaderno viejo que impregnaba las aulas, materia muerta con la que convivía en su quehacer diario. La tiza deshecha manchaba una mano maltratada y encallecida por el estrujar de bayetas hasta el punto de convertirse en su segunda piel; consciente de la aspereza de estas había probado en varias ocasiones enfundarse unos guantes de nitrilo, pero, como decía su padre «Gato con guantes no caza», así que desechó la idea. Con el paso del tiempo había adquirido una curvatura en la espalda propia de la adaptación a su trabajo y el refregar continuo de mesas no ayudaba a corregirla. De modo que, sin darse cuenta, acabó convirtiéndose en parte del mobiliario, algo que  pasaba desapercibido a los ojos de todo y de todos, indigna de merecer saludo o cortesía, alguien solamente reconocida por otras de su especie. De este modo, el rechinar de las sillas al ser arrastradas para fregar era lo único que podía decir algo de su presencia; el olor a amoniaco o lejía marcaba su territorio y  era lo que dejaba pistas de su paradero. Su nombre: la limpiadora (sin mayúsculas), su nivel académico: sin estudios; pocos sabían de su formación universitaria y de su pasión por escribir porque nadie nunca le ofreció conversación en aquellos pasillos.

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