EL CUADRO EN EL DESVAN

EL CUADRO EN EL DESVAN

UN CUADRO EN EL DESVAN

La casa donde Pedro vivía era una de esas casas de antaño, con un lindo patio interior rodeado por amplios corredores, adornados con muchas flores colgadas de las columnas para el solaz de sus moradores. La mayoría de estas eran orquídeas de muchas clases que saludaban amorosamente a aquellos que las admiraban. Al extremo del corredor estaba el desván, allí creo que el único que entraba era Pedro, muchas veces se quedaba horas enteras sentado en el piso viendo cuidadosamente todas las cosas que aparentemente no tenían ninguna utilización, muebles que otrora habían sido el orgullo de sus antepasados, pero que ahora yacían tristemente arrumados, sucios y algunos con sus partes rotas sufriendo el olvido de sus dueños. Había en un rincón un escritorio de madera mohosa testigo de las horas interminables que seguramente alguien del ayer vertería sus lagrimas y palabras en pródigos escritos, cartas de amor y sufrimiento, cartas de felicidad y de esperanza. Pedro hacia volar embelesado su imaginación a través de todos esos cachivaches que sin tener ningún valor enriquecían su sensible corazón. Sus ojos se detienen en unos artículos de plata, unas bandejas, unas copas que en silencio ocupaban el sitio de honor en la parte superior de un desvencijado chifonier orgulloso de su pasado. Estos fueron regalos de matrimonio en una seguramente muy lujosa ceremonia donde el amor presidía una larga vida llena de felicidad y origen de una prolífica familia. Así vagaban los ojos de Pedro por cada cosa que allí se encontraba y que a nadie parecía importarle. De pronto observa la esquina de un cuadro que cubierto por unas mantas, mejor dicho, retazos de manta que como un vestido emergido de la pobreza apenas si le daba cobijo, y esa esquina como un brazo anhelante pedía ser salvado del absoluto olvido. Pedro se levanta de su sitio donde se encontraba anclado y lo rescata, suavemente lo levanta y lo encuentra hermoso, no podía creer que nunca había reparado en él, a pesar de los tantos años que llevaba entrando en el desván. Lo pone encima de una silla, sacude delicadamente el polvo de la pintura, y se aleja unos pasos para observarlo mejor. Allí en ese cuadro vio Pedro la vida de su padre, cuanto amor de él se desprendía, su corazón quería entrar en el cuadro. Desde ese día el cuadro es su fiel compañero.

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