Un relato infraordinario: inventario de bolsillo

Un relato infraordinario: inventario de bolsillo

(He intentado responder a una de las sugerencias de Perec del texto ¿Aproximaciones a qué? para interrogarse sobre los objetos que llevamos en los bolsillos)

Unas monedas de cobre. ¿Por qué ese olor tan profundo a óxido? Impregnan nuestros dedos para recordarnos que han ido de mano en mano y que no todas las transacciones fueron honestas. Si trazáramos su itinerario contante y sonante asistiríamos a un fresco humano como de otra época, la imaginación me lleva del mercado a las máquinas expendedoras, de la limosna de iglesia a la registradora ruidosa de una cafetería. El suelto, qué palabra. Soltarlo cuanto antes. Y suelto, disgregado, frente a compacto, recogido. La falsa moneda, Imperio Argentina, …y ninguno se la quea. Y aquella novela de Gide que me hizo casi escritor sin necesidad de escribir y que tanto tiempo conocí con su otra traducción imaginativa: Los monederos falsos. También un papelito, doblado, con un teléfono anotado. No es mi letra, no recuerdo a qué corresponde, quién me lo dio. Si lo tengo en el bolsillo es que hice por conservarlo, puedo llamar pero me obliga a parecer demasiado estúpido, empezaré a tartamudear por mero no saber explicarme, prefiero hacer memoria, hasta un límite, claro, ¿qué he dejado que tenga que recoger, por ejemplo? El tinte, claro, nuestro edredón de invierno, tienen que aventar la pluma para que al airear se descompacte y el relleno se distribuya uniformemente. Pero, qué raro que el papel no lleve un logo o algo, tinte Casablanca, Tintorería Manila, ¿por qué de niño pensaba que las tintorerías con aquel fuerte olor a color tostado eran tapaderas con puertas tridimensionales a paraísos exóticos? ¿Qué nos prometían las camisas dobladas envueltas en fino papel? Me fijo un poco más. El teléfono anotado es mi propio número, cómo no me he dado cuenta antes, ¿quién lo ha escrito? Reviso un poco más a fondo en los bolsillos de la bata del laboratorio, reparo en que lleva bordado el nombre de Daniel. Lo veo al fondo del pasillo con mi bata en la mano. Nos sonreímos como dos idiotas que comienzan a descuidarse más de la cuenta. Algún rumor ya me ha llegado en el desayuno. Las intercambiamos nerviosos y apresurados. Yo voy tardísimo a comer a casa con Marta y sus padres y antes tengo que pasar por el tinte. 

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS