ACTO PRIMERO
El alba alumbraba la corona de casas sobre la colina y el bosque desnudo vestía de ocre el valle hasta la ciudad de Saint Paul justo en el momento en que el Chevrolet se detenía en el rellano. El garaje estaba ocupado por el coche familiar: Adriana estaría en casa.
Baran cruzó la puerta, vació sus bolsillos en un cuadrado de cuero junto a las llaves de su mujer y examinó la casa buscándola, había polvo sobre los muebles, el cuarto estaba ordenado y la cama estaba hecha, la cocina recogida y su nevera desierta. Pese a no encontrarla, no sintió ningún fastidio. Mascó unos cereales bañados en leche y garabateó sobre un trozo de caja – Estoy descansando, no me molestes –
Horas más tarde, desde algún lugar indefinido de la casa una voz le desveló, medio vestido, salió al salón.
– Melchor, ¿Qué coño haces aquí? – Unas Ray Ban Clubmaster se dieron la vuelta, teóricamente sorprendidas.
– Me llamó tu mujer. Hace días que no sabemos nada de ti. Le dije que estarías olisqueando trabajillos – aspiro con media sonrisa – He visto un Chevrolet fuera, ¿sigues con el plan? –
– Claro joder, por Marco y por nosotros – dijo Baran mientras apuntaba con su barbilla hacia el dormitorio – No sé qué haces aquí, no deberían vernos juntos antes del golpe, ¿es qué no piensas?
– Después de lo de Marco, esperaba… –
– Claro que seguimos con el plan idiota – interrumpió Baran – ¿Dónde cojones crees que he estado los últimos días? – Baran se acercó a la cómoda de la entrada y lanzó a Melchor las llaves del Chevrolet – Está limpio, en la guantera hay un mapa, es sencillo, incluso para ti: el golpe será mañana –
– Joder Baran, vale, aun así deberías hablar con Adriana –
– Metete en tu vida, hijo de puta, si no quieres que te arranque los dientes uno a uno –
Melchor se encogió dubitativo – ¿Te importa si hago una llamada?, no te molestaré más –
Baran ni escuchó, se dirigió al mueble-bar del salón, hacia el whisky. Pensó en Adriana, su triste mirada, el abismo que los separaba y sus conversaciones mudas, entonces se dio cuenta que no recordaba la última vez que la había visto.
ACTO SEGUNDO
La ruleta tintineaba con cada milímetro buscando el pistón de la Mosler. Baran absorbía su ritmo por el estetoscopio, concentrado. Como a Marco, le gustaban las cajas fuertes americanas, seguramente herencia del absurdo orgullo patrio de sus padres. Ellos fueron los primogénitos de las huelgas de brazos caídos de la General Motors en Flint. El Bronx del este, nombraron los medios a su barrio, donde junto a Marco y solo con sus brazos, se abrieron camino durante diez años hasta que algunos problemas con la mafia de Detroit les obligaron a cruzar el Lago Michigan y llegar a Saint Paul. Allí se asentaron. Baran se casó con Adriana, la hermana de Marco e hicieron planes: la casa en la colina, los hijos futuros e incluso contrataron varios colaboradores: dos años maravillosos, hasta que hacía unas semanas, Dios llamó a Marco, no como un héroe, sino como un triste vencido: su corazón se paró.
Los dueños de la caja Mosler eran la familia Kowalk, un matrimonio sexagenario que todos los fines de semana viajaba a su casa en Duluth junto al Gran Lago, a dos horas de viaje por la Interestatal 35. Ya se lo dijo Marco – Kowalsky, es constructor, polaco y republicano; guardará todo lo que tiene en el acero más fuerte: su caja fuerte americana. –
Adriana volvió a sus pensamientos mientras por cuarta vez la ruleta volvía a tintinear en la búsqueda del pistón. Ahora tendría que idear todo los golpes y llevar dinero a casa. Este trabajo debería ser definitivo, como el que siempre habían soñado: huir al Mediterráneo y vivir como playboys igual que Tom Ripley, el protagonista de A pleno de Sol. Esta vez tendría que quedarse todo lo que encontrara en la acorazada en contra de la filosofía de Marco – nunca expolies a tus objetivos, algún dinero y unas joyas son reemplazables – y como si de una providencia se tratara la solución acudió: Kowalk era zurdo y los movimientos opuestos, como su plan.
ACTO TERCERO
– ¿Te han tratado bien? – Mr. Smith doblo su abrigo, saco su pluma, carpetas e informes con fotos y se sentó frente a Baran, sin mirarle, en la sala de interrogatorios.
– No me quejo abogado –
– La policía te encontró en el piso y no traigo buenas noticias. Todos los vecinos escucharon el sonido del taladro y te vieron salir esposado. Han relacionado este robo con otros de los últimos años, estás jodido, ningún jurado en su sano juicio te exculpará – por primera vez miró a Baran a los ojos – lo importante ahora es tu mujer y el dinero que guardaba Marco –
– Soy como Ripley abogado, mi peligroso juego ha terminado, solo me apena no haber llegado al Mediterráneo –
– No entiendo de qué hablas, me refiero a tu mujer y su futuro – dijo Mr. Smith mientras le acercaba pluma y papel – anota el número y la dirección, soy lo mejor que tienes-
– ¿Dónde está Melchor abogado? –
– Eso no importa ahora. Sabes que no vale nada. Vería entrar a la policía en el edificio y huiría – Acercó un poco más la pluma y la hoja – Escribe y todo se solucionará, para Adriana y para ti, se lo debo a Marco y ella lo merece –
Baran escribió la dirección y el número.
– Abogado, tu y yo sabemos que la policía nunca aparece tan rápido – Mr. Smith guardó el folio en su chaqueta, enroscó la pluma, se levantó, cogió su abrigo, guardó las carpetas y los informes y sus fotos en el maletín – Sabían que estaba allí, ¿verdad? –
– Eres un necio Baran, recibieron una llamada el día anterior desde tu propia casa – dijo Mr. Smith saliendo.
Baran solo recordaría el ruido seco sin acertar si fue la puerta o su corazón.
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