María miraba con nervios su reloj de pulsera ¿por qué no daban ya las cinco y media? ¿Qué demonios pasaba esa tarde que no pasaba el tiempo?

Se moría de ganas de levantarse y salir corriendo, pero sabía que eso era peor, que eso atraería aún más miradas sobre ella; y más comentarios. Como si no hubiera aguantado bastantes a lo largo del día, o del último mes.

El uniforme la agobiaba, sentía un calor inexplicable para estar en noviembre y sin la calefacción puesta. Los nervios la estaban matando. A ver si con esto por lo menos perdía unos kilos y Sergio se fijaba en ella y pasaba de la guarra esa de Isabel.

María era una chica normal tirando a guapa, pero el hecho de juntarse con las que verdaderamente lo eran la volvía aún más guapa ¿Seguiría siendo así ahora que se iba a quedar sin amigas? ¿Le tocaría sentarse en el comedor junto a los apestados? ¿Con la gente de la que se llevaba riendo desde que tenía seis años? Incluso ellos la rechazarían.

Por fin llegó la hora de irse. Fingiendo que tenía prisa lanzó un apresurado saludo a su grupito y corrió hacia casa. Ni en el anonimato que le da a uno la calle dejó de sentirse observada. De repente se había vuelto famosa en su buen barrio de toda la vida.

Siempre había sido consciente del “mira, ahí va la hija de Julián” que decían las señoras al verla pasar. Ahora sabía que lo decían por otra cosa, y cada una de esas miradas le daban ganas de llorar o de asesinar, aún no lo sabía.

En casa encontró a su madre frente al cenicero a rebosar. El cigarrito de después de comer se había convertido en el de después de suspirar. Su aspecto era lamentable y el hecho de que se parecieran tanto la hizo pensar en lo desagradable que sería tener esa pinta algún día.

Sin pensárselo mucho, que para eso era adolescente, se sentó junto a su madre y se encendió uno de sus cigarros.

_ ¿Pero se puede saber qué haces? ¿Tú fumas?

_ Sí, qué pasa. Desde hace tiempo.

_ Pues no me da la gana, déjalo ahora mismo.

_ Tampoco te pongas así, pensaba que como estábamos en la semana de decir la verdad, no te iba a importar tanto.

_ ¿Pero tú estás loca? A ver María, como si no tuviéramos bastante ya con esto.

_ Bueno vale, me voy a mi cuarto.

_ Espera, que estoy muy nerviosa ¿Has tenido mal día? ¿Qué tal tus amigas?

_ El día ha sido una mierda y mis amigas quieren dejar de serlo pero todavía no saben cómo.

_ Podemos cambiarte de colegio si quieres.

_ ¿Y de apellido no?

_ Eso no lo digas ni en broma.

_ Bueno mamá, que tengo muchos deberes, en un rato bajo.

María se fue a no hacer nada. Sabía que en su situación, precisamente por desgraciada, era susceptible de recibir paciencia y comprensión. Si se pasaba una semana sin hacer los deberes no le dirían nada. Silenció el móvil y se tumbó en la cama para intentar verse desde fuera.

Su cuarto era el de toda una hija única: baño propio, vestidor, televisión, ordenador y cama de 1,90. Era el lugar en el que se sentía bien y, si pensaba en lo que había sucedido, lo que de verdad le daba miedo era perder lo que tenía.

En momento dado, se aburrió de aburrirse y decidió volver son su madre. La encontró como antes, con la diferencia de que ahora hacía como que miraba la televisión. El intrascendente programa que estaba viendo terminó y comenzaron las noticias. Su madre despertó de su letargo para buscar el mando según se emitía el primer titular.

_ Uff, de verdad que tortura.

_ No lo quites.

_ Pero…

_ Qué no lo quites mamá, que lo quiero ver.

Ahí estaba su padre, abriendo el informativo nacional por cuarto día consecutivo. Qué menos que el prime time para el supuesto autor de la mayor trama de corrupción de la historia.

María nunca hubiera dicho que su padre fuera un criminal. Para ella era un hombre trabajador y exigente, pero también cariñoso y divertido. Ahora, ese señor que siempre le daba besos de buenas noches, la había convertido en la hija de la persona más odiada del país.

En cuanto a su madre, daba por seguro que algo tenía que saber, pero viendo cómo se lo estaba tomando, era obvio que desconocía la magnitud del asunto. Tanto es así que ni siquiera habían podido dar una cifra aproximada de la cantidad defraudada.

Y de todo ese dinero ¿Cuánto habría ido a parar a sus vestidos, su móvil o su año en Estados Unidos? ¿Se iban a terminar las navidades en Nueva York o los veranos en el velero?

Viendo a su padre esposado y pensando en todo eso, María dijo para sí misma “la cabeza bien alta papá”.

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