TAN CERCANA Y TAN EXTRAÑA

TAN CERCANA Y TAN EXTRAÑA

TAN CERCANA Y TAN EXTRAÑA

Nadia, nuestra hermana, nos avisó de que mamá estaba muy grave, los médicos no habían dado ninguna esperanza, es más podía morir de un momento a otro.

Mi hermano y yo después de una breve conversación telefónica acordamos encontrarnos en Barcelona e ir juntos a visitarla en elhospital de la Seu, porque allí la habían ingresado.

El día de por si frío, cuanto más al norte nos acercábamos más gélido nos parecía. La lluvia abundante desde hacía varios días en la ciudad, acosaba al coche como si le perteneciera aunque mi cuñada que lo conducía, no les daba tregua ni a la una ni al otro, cien, ciento cincuenta, doscientos en el visor del kilometraje.

A través de los cristales gotas y niebla. La conversación fluía igual que la música, con mayor o menor intensidad según el momento, los recuerdos, las últimas palabras. Los corazones viajaban inquietos, querían despedirse de ella, decirle por lo menos: Te queremos.

Cuando llegamos Nadia nos informó de que le habían inducido el coma y no la iban a despertar. Los tres quedamos boquiabiertos y desolados. Ricardo y yo pedimos quedarnos con ella para, por lo menos, cuidarla en sus últimas horas. Accedió Nadia y marchó con Marina a descansar.Nos sentamos a su lado, su mano entre nuestras manos y fuimos desgranando a lo largo de la tarde noche retazos comunes del pasado, y su evolución en el presente hasta llegar a la madre moribunda que toscamente respiraba.

La última vez que la vi empezó a contarme que cuando la guerra, los soldados nacionales la llevaron por las montañas hasta Vallter, con buen frío. Primero caminando y después en aquellas camionetas con techo de lona. −No sé cómo llegamos, ni en qué casa estuve. Ni siquiera el tiempo que permanecí, solo recuerdo la nieve que nos llegaba hasta las rodillas y el frío que tenía…−.

Le di un beso y le dije “Te quiero”, no sé si me oyó. La respiración se le atascaba, hizo un ruido, un espasmo muy raro y salí al pasillo en busca de la enfermera.Cuando esta llegó me pidió que no me alarmara. “Es el estertor de la muerte. ¿Qué no lo sabes que a la hora de morir, hacen como un jadeo profundo? Es el estertor de la muerte”, volvió a repetir. Se acercó a ella y miró si respiraba. Ya está, tu madre ha muerto.

No me lo podía creer, enmudecí,habíamos permanecido a su lado toda la noche, y había muerto sola. ¿Por qué tenía que suceder así? Quise llorar y el lacrimal que tantas veces se humedecía ante las imágenes o palabras televisivas, permanecía seco, indiferente al dolor que me perforaba el estomago y me disparaba el ansia. No lograba entender nada. Cuando llegó mi hermano nos abrazamos, le dijimos adiós, y la dejamos atravesar tranquila los lóbregos espíritus que tantas veces había invocado. En silencio esperamos que fuera la hora en que los engranajes de la despedida se pusieran en marcha. Fue Nadia quien se ocupó de todo, porque ella conocía bien los entresijos y marchamos hacia el pueblo.

Después mientras mirábamos el horizonte observamos que sin descanso, hora tras hora durante muchos días, había estado lloviendo sobre la tierra. Y ahora, el viento se llevaba a toda velocidad los últimos rastros de nubes, dejando limpio el cielo, de un azul inverosímil, al tiempo que arrancaba gritos sordos e incluso lágrimas, de los arboles sin hojas, negros, mutilados, amenazadores. Un sol incendiario y de prepotente fulgor venía a calentarlos y a fundir la escarcha helada de los mantos amarillos y resbaladizos de los campos. Veíamos desde la ventanilla este paisaje que se confundía con nuestro abatido ánimo.Mama había completado el círculo pero ninguno de los tres había llegado a conocerla. Tan cercana y tan extraña.

 

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS