Siento en el cuello el filo del cuchillo, pero no tengo miedo. El corazón no lo noto, como si estuviera parado por un peso que me aplasta el pecho.

–Mamá dame el dinero ¡ya!

–Pero Guille, ¡Para por Dios! Aparta eso…vamos a hablar.

–¿Más hablar? ¡Estoy hasta los cojones de tanto hablar! Dame el dinero y calla. Debería asesinarte por tratarme tan mal.

Le miro a la cara buscando en sus ojos a mi niño, o un poco de compasión, aunque sea un atisbo de duda. Pero nada, solo encuentro unas pupilas mates, inexpresivas, impenetrables, insufribles que se retiran apenas notan las mías. «No se como va a terminar esto, no tiene buena pinta. ¿Que me diría la psiquiatra? Rosa creo que se llama la última. ¿Que haga un trato? ¿Que le ponga un punto en la tabla? ¿Que tiene baja la autoestima? ¿Que le aumente una medicación que no se toma? ¿Que son los porros? ¿Que por qué me empeño en decir que el chico tiene un problema? Me gustaría verla a ella en esta situación».

«De hoy no pasa, esta hija de puta me va a dar el dinero. A ella no le supone nada. ¿Por qué será tan rata? Siempre espiándome, siempre sospechando, siempre pensando mal, joder. Se merece que la mate. Que si me levanto tarde, que si me han expulsado del instituto, que si pongo la música alta, que si no hago mi cuarto, que si no quiere a mis amigos en casa. Esto no hay quien lo aguante, hostia. Seguro que papá no podía con ella y por eso se largó. Si, lo mejor será que la mate».

«Su forma de ser espantaba tanto a Juan. Dice que lo intentó, pero que no tenía remedio. Que solo hay una vida y que con nosotros era un desperdicio gastarla…y se fue. Mis padres quisieron ayudar, pero fue peor. Primero que si era demasiado autoritaria con el chico, luego que si demasiado permisiva y al final el miedo. Miedo a lo incontrolable, a lo impredecible, al qué dirán. Me quedé sola. Muy sola. Hace mucho tiempo ya».

–Guille haz lo que quieras. No te voy a dar nada. Ten por seguro que no lo voy hacer. Te quiero hijo. Sabes que te quiero. Mírame Guille. ¡Mírame a los ojos!

Y levanta la vista y me dirige esa mirada fulminante, llena de ira, de rabia, de dolor que es como un golpe que me hace a mí bajar la mía.

Llaman al telefonillo del portal. Guille me quita el cuchillo del cuello y se dirige al pasillo. «¿Que hago? ¿Pido ayuda por teléfono? ¿A quién? ¿A la policía? ¿A mis padres? No tengo tiempo». Vuelve. Deja el cuchillo en la mesa y dice:

–Me voy mamá, luego hablamos, que esta Miguel abajo.

Y se va.

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