Se fue a dormir pensando en lo que le había oído decir al padre que hablaba con su madre. Mañana había que traer agua y esa semana le tocaba a él. Tres cántaros de mañana y otros seis de tarde. Le llamó la atención la cantidad excesiva de la tarde ya que habitualmente acarreaba tres cántaros. El verano del año 1492 estaba siendo muy caluroso. La fuente quedaba delante de la carnicería y cerca de la puerta de la sinagoga por lo que debía caminar bastante. Una vez había visto al Rabino degollando una cabra en la puerta de la carnicería. A la ida no era nada. Vacío y en bajada. La vuelta era otra cosa. La cuesta, cargado con el cántaro que él iba pasando desde las manos hacia un hombro. Primero al derecho y cuando sentía que se le dormía, entonces detenía un instante la marcha y lo cambiaba al hombro izquierdo. Por lo general, el pase al hombro izquierdo lo hacía en la esquina del orfanato o en la casa de caridad. Nunca lograba llegar a la pescadería con el cántaro sobre el hombro derecho. Tenía que cambiarlo al izquierdo. Cómo mucho, alguna vez, había llegado hasta el hospital. Los últimos pasos hasta la huerta donde su familia tenía el depósito de agua, eran insoportables. Luego, una vez vertido el líquido, era coser y cantar. El cántaro vacío y la pendiente a favor. Volvía silbando. Pasaba por detrás de la sinagoga, acortaba camino atravesando el huerto del Médico porque los animales ya lo conocían y no se inquietaban. Después cruzaba de la misma forma que cuando iba a buscar algún encargo de su madre a la carnicería y llegaba a la fuente. Esa tarde había mucho más gente de lo común y estaban su tío y su hermana. Todos juntaban más agua que de costumbre. El hermano mayor no había regresado desde hacía varios días. Su madre no paraba de juntar cosas en la cocina y su padre estaba todo el día hablando. En la sinagoga o con los vecinos. Los mandaron a acostar más temprano que de costumbre y a la medianoche los despertaron. El vio que en el patio había algunos bultos de ropa y otros enseres. Su madre había llenado el carro con víveres y mantas. Su padre volvió a entrar a la casa y salió con los ojos enrojecidos. Al salir dejó la puerta abierta. La madre, ya sentada en el carro, no miró hacia la casa ni levantó la cabeza. Emprendieron la marcha bajo la consigna del silencio. La puerta de la muralla se abrió y entonces su padre entregó a un soldado las llaves y una pequeña saca que guardaba bajo su camisa. Caminaron muchas horas y él dijo que estaba cansado. Su tío Simón lo subió a sus hombros y le pidió que le avisara cuando viera el mar.

Gerona, julio de 1492.

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