Voy conduciendo a casa y no puedo evitar mirar los cuadernos negros que yacen esparcidos en el asiento del copiloto. Junto a ellos van muchos de los recuerdos de Isabel, la hermana de mi abuelo.
Su casero la ha desalojado porque desde hace años está en una residencia. Hoy he tenido que ir a la casa para recoger sus cosas personales. Ha sido duro tener que deshacer una vivienda habitada por la familia desde hace tanto tiempo. Los recuerdos aparecían detrás de cada libro, carpeta, sobre o cajón que abría. He revivido muchos de los momentos pasados allí.
Con lo que llevo conmigo se puede reconstruir su vida. Fue siempre independiente y liberal, fue amiga de grandes mujeres de la segunda república, como lo demuestran los libros dedicados a ella que hemos encontrado. Afrontó la guerra civil en Madrid, enamorándose de un soldado de la zona roja que murió antes de terminar la guerra. Viuda sin haberse casado, recordó a su novio durante toda su vida sin volver a buscar pareja. Junto a mí están los únicos recuerdos de él y estos cuadernos donde están sus reflexiones y sus charlas, no sabemos con quién.
Emigró a Londres en los años cincuenta, cuando eso era impensable para una mujer soltera. Allí aprendió inglés y estudió Enfermería, trabajando en un hospital mental. A la vuelta se dedicó a dar clases particulares, ganándose así la vida sin comprometerse a horarios fijos. Junto a mí llevo también sus libros de enfermería, las fotos con sus compañeras y los manuales que utilizaba en sus clases.
Tenía conocidos de todas las creencias y de todas ellas hemos encontrado testimonio. Cuando sintió que se hacía mayor fue estudiando distintas religiones para determinar cuál le prometía un paraíso mejor después de la muerte. No ha debido encontrar ninguna y por eso sigue aquí.
Ya he llegado a casa y estoy ordenando todo lo que hemos recopilado. Estoy ahondando en sus vivencias y recuerdos, que ha compartido con nosotros hasta que sufrió una mala caída por la escalera. En el hospital nos comunicaron que había sufrido un derrame cerebral, y, para sorpresa de todos, se recuperó sin ninguna secuela física. Pero su mente se empezó a nublar, no reconociendo a las personas que no le eran afines y no recordando lo sucedido el día anterior, o unas horas antes.
Pero era feliz, se olvidó de responsabilidades y convencionalismos y se dedicó a vivir. Era divertido ir a visitarla, de repente era la mujer inteligente que conocíamos y al instante se convertía en una niña caprichosa que sólo quería arroz con leche para merendar.
En estas visitas yo le preguntaba por sus cuadernos de tapas negras, donde nos había contado que había ido anotando sus reflexiones y su comunicación con los espíritus y, o bien me decía que no sabía de qué le hablaba o que los había destruido. Y ahora están delante de mí, doce cuadernos numerados cronológicamente. ¿Debo leerlos?
La curiosidad me puede y empiezo a hojear el que está marcado como primero. ¿Pero es realmente el primero que escribió? En su primera cita le cuenta a alguien su vuelta de Inglaterra y la enfermedad de su madre, a quién debe cuidar. En el siguiente párrafo alguien la contesta refiriéndose a ella como Amada. ¿Es el espíritu de su novio muerto en la guerra? La aconseja paciencia y la descubre muchas de las cosas que pasaron después.
He seguido leyendo y ahora empiezo a conocerla mejor. En estos cuadernos pregunta sobre el destino a su novio, a su hermano, a su madre y a otras personas que han pasado por su vida. Y la contestan, la aconsejan. Así va pasando por todos los acontecimientos que han marcado su vida y la de nuestra familia. ¿Son sus propias reflexiones?, ¿realmente se comunicaba con espíritus? No lo sé, ni quiero saberlo porque estoy descubriendo lo sensible que era.
¿Era? o ¿es?, porque, aunque ahora su mente divaga, su rebeldía la ha llevado a simular más demencia de la que tiene, como una forma de seguir manteniendo su intimidad. Dicen en la residencia que no recuerda nada, no habla, no participa en eventos. Pero cuando vamos a verla nos pregunta por los familiares que aprecia, canta las canciones de su juventud e incluso la hemos oído hablar en inglés con otros residentes.
¿Seguirá escribiendo más cuadernos?
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