LLÁMALO PÉREZ Y LO HARÁS MUY FELIZ

LLÁMALO PÉREZ Y LO HARÁS MUY FELIZ

Junto a la ventana que da al balcón hay una mesa
camilla, y alrededor, cuatro sillas tapizadas con la misma tela de florecillas que cubre a la mesa. La luz inundaría la
estancia si no fuese por el tamiz del visillo que de vez en cuando pierde el
pulso a una agradable brisa. Un melódico
gorjeo codificado viste la quietud de la estancia con coloridas notas, también
a juego con los estampados.

María abre su libro de lenguaje de segundo de
primaria y comienza a hacer los deberes.


Papá, ¿las familias de palabras son
como las familias de personas?


Algo así, hija, pues todas las
palabras contienen un trocito de aquella de la que derivan, como pasa con los
miembros de una familia.


Pero…mi amigo Nambo vino de África
ya mayor -¡casi tenía ocho años!- y sin embargo llama papás a Alfonso y a Sebastián…


Claro que sí cariño, porque ese
trocito que une a las personas de una familia puede que no sea carnal, sino sentimental.


Entonces… ¿Mi muñeca también es de
la familia?

El padre evitó poner los ojos en blanco tratando de
buscar respuestas entre las concavidades de su corteza cerebral, hasta que al
fin consiguió salir airoso diciendo:


Lo que pasa, cariño, es que, aunque
te haga muy feliz, tu preciada muñeca no tiene vida y la familia está unida
porque cada uno de los que la forman
aportan una parte de la suya, enriqueciéndola aun más.

A la niña cada vez le surgían más dudas y sus suaves
facciones no disimulaban esa incertidumbre.


Lo que quiere decir… que Caruso… es también parte de la familia.

Reflexionó María en voz alta como rogando de su padre conformidad de que, si sólo se
trataba de vida y sentimientos, el vínculo familiar también se extendería al canario.


Digamos que Caruso tiene su propia familia. Aunque no deja de aportar mucha
felicidad a la nuestra, y nosotros lo
queremos como a uno más. De hecho ¡no me importaría que lo llamaras Caruso Pérez!

La niña no daba muestra de estar obteniendo la
solución a sus dilemas y siguió preguntando


¿Alguna vez tú pensaste en cambiar
de familia, papá?

Antes de contestar, el padre echó levemente la
cabeza hacia atrás y liberó una risa corta intentando disimular lo complicado
que le resultaba encontrar respuestas adecuadas a las demandas de su hija de
siete años.


Uno no puede cambiar de familia así
como así, hija. Cuando no estás a gusto por cualquier razón, hay que tratar de
conversar y solucionarlo. María, lo bonito de una familia es poder contar con
ella cada vez que tengas un problema.

María al fin reflejó en los ojos la fuga de sus
incógnitas, esbozó una sonrisa y con porte determinante se dirigió al balcón, abrió
la jaula de Caruso Pérez y le dijo:


¡Vuela amigo y ve a solucionar tus
problemas familiares que aquí siempre serás bienvenido!

Años más tarde, cuando la sombra de un problema
amenazaba tormenta sobre su cabeza, María se planteaba una “y”:

“¿Y
…. si yo viviera enjaulada?”

“Y”…
acto seguido sus problemas desplegaban las alas.

FIN

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