Sus zapatitos expresaban su miseria, pero su sonrisa; el
sentir de un corazón que siempre lo sacaba adelante. No sabía de moda ni de
lujos, al contrario, se divertía con la caja de cartón que muchas veces le daba
tantas satisfacciones cuando se sentía solo y creaba en su mente los caminos
donde viajaba y llegaba a los lugares que siempre quiso. En sus bolsillos
siempre traía un lápiz, un trozo de papel, unas ligas, un chicle de bola y
muchas ilusiones que le servían de herramienta cada vez que lo necesitaba.
Siempre tenía ideas diferentes, era innovador, muchos decían que era travieso,
yo creo que era más que eso. No era real, más bien era un personaje de los que
pocas veces se encuentra. Le gustaba quedarse en el regazo de su madre, casi
siempre antes de dormir. Se quedaba quietecito al arrullo del tono de voz de
aquella señora que le daba la bendición y le enseñaba agradecer siempre por el
día finalizado. Quedaba inerte, sentía que se abalanzaba hacia un precipicio
sin llegar jamás al fondo, hasta que se quedaba dormido. Eso le hacía feliz.
Pocas veces se le veía serio, sonreía a más no poder. No le hacía falta dinero,
ni aromas de Dior ni mucho menos Rabanne, olía a vida, al amor de un existir
que lo llenaba de plenitud. Caminaba de la mano de su imaginación y montaba en
ella galopando en corcel alado siempre mirando hacia el cielo, aquel que lo
trataba como ángel y creía que de ahí venia. Disfrutaba de remojar sus galletas
de animalitos en el café que le servían como desayuno, su alegría era inmensa
al ver como se hundían y las burbujas se desprendían de aquellas figurillas de
harina que siempre engullía con desesperación hasta no verle el fin, quizás lo
hacía para que no sufrieran, otras tantas para hacerle los honores a todo aquel
zoológico que tenía en sus manos. Siempre vivió el amor de sus padres, se
quedaba contemplando como su padre amaba a su madre, como dios manda; como
marcan los cánones en el núcleo divino llamado familia. Sacaba su lápiz y
dibujaba su entorno, siempre caracterizando a su hnos. y por supuesto a él,
suspiraba y de nuevo volvía la metamorfosis, seguía siendo el. Creía que era
capaz de decir las cosas de diferente manera, de adornar sus pensamientos con
palabras danzarinas que llamaba cada vez que tenía la oportunidad de sacarlas a
relucir. Aun no era el tiempo, metía sus manos dentro de sus bolsillos y se
echaba a la boca aquella bolota de color rojo sabor cereza, sus cachetes se
inflaban cual flotador de agua, y masticaba al ritmo de su palpitar, sentía la
grandeza de un sabor que hasta la fecha le nutría de alegría al hacerlo. Cuando
nadie lo veía buscaba lo alto, algún montículo que le hiciera estar más cerca
de dios, juntaba sus manitas, cerraba sus ojos cafés y le pedía, no solo por
él, siempre pensó en los demás antes que él, era una comunión excelsa, se unía
lo divino con lo terrenal, la pureza con la razón. No era un niño normal, la
mayoría decía que era distraído. Lo que no sabían que su mundo no era el que
todos observaban, él lo hacía de diferente manera, se maravillaba del canto de
las avecillas que en conjunto pernoctaban en los arboles de aquellos campos que
aun reverdecían y sus pupilas eran las mariposas multicolores que hacían el más
bello paisaje en una policromía poco usual, solo él podía entenderla y se
quedaba al acecho, charlando con sus amigos imaginarios en donde les contaba
sus sueños y quería que fueran parte de él. Bailaba con olor a Durazno y
sonreía con mantequilla y crema de maní. Formaba ejércitos completos en los
hormigueros de las calles empolvadas y dirigía sin rencor alguno. Algunas
ocasiones me siento y vuelvo a platicar con él, jamás se ha ido, siempre ha
estado allí, cuando me pierdo siento que me extravío, resurge y me aconseja
nuevamente; jamás lo dejo morir, mas sin embargo hay veces que se me olvida que
existe, pero como Merlín, por arte de magia sale a relucir con sus ocurrencias
e ideas y nos volvemos uno nuevamente, saltamos en pastizales y atrapamos
chapulines que solo nosotros podemos ver, los reunimos y echamos a volar tanto
como nuestras ideas. Platicamos con el sauce y los arboles de hayas, y
finalizamos en un abrazo entre tierra y sueños entre ideales y cielo….¡¡Ese niño soy yo!!…
Edgar Landa
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