Mi papá guarda en una lata de café una colección de colillas de cigarrillos. Todas están numeradas. Dentro hay una libreta negra con una minuciosa lista de eventos, numerados y con fecha. Cada colilla corresponde a un evento.

Abro una bolsa de basura y tiro lata y libreta sin pensarlo dos veces. Y me enfado conmigo por estar haciendo esto y me enfado con él por tanta mierda y tanto abandono.

Los padres se mueren, es obvio. Acorde con nuestra historia de distancias, se muere en Buenos Aires cuando los hijos vivimos en España. Mi hermana embarazada y mi hermano a cargo de sus hijas no pueden viajar. Me toca a mí, la mayor, movilizarme, sin ninguna gana, ni emoción a ocuparme de lo que queda.

Me espera Ana, su segunda ex-esposa, con las llaves del apartamento y la urna con las cenizas. Me cuenta que una mañana fue a dejarle comida y lo encontró en su sillón, con las gafas puestas y un libro encima de las piernas.

Sería rápido. Tenía una semana para vaciar, tirar, regalar, dejar las cenizas y cerrar este paréntesis.

Pocas cosas recuerdo de mi padre, una de ellas es el olor a tabaco en sus manos y sus dedos amarillos. Su nariz igual a la mía y su pelo rubio, como flecos de seda.

Salgo del ascensor y el pasillo huele a tabaco. Me acerco a la puerta y también huele a pis y a viejo. Entro y nada me sorprende. Estanterías sobrecargadas de libros, muebles de la calle, un televisor mugriento, videos tirados, lápices, zapatos, una Olivetti azul entre el caos de su mesa, papeles y pinceles y cuadros a medio terminar y un cenicero de bar, de los de lata, con un cigarrillo muerto, con la ceniza larga y perfecta como el olvido.

Abro las ventanas y empiezo a amontonar. La ropa para regalar. Los dibujos a un lado, los papeles a otro.

Detrás de una hilera de libros de política encuentro una caja de madera, como la que me había regalado cuando volvió de su exilio en el 87. Una veintena de cartas que yo le había escrito durante los 35 años en los que hacíamos el esfuerzo de actuar como padre e hija. Y también la última, donde dije: ¡No quiero verte más! Sin imaginar que guardaba mis trozos atados con una cinta.

Y en ese momento me atropella el deseo de saber. Me lanzo a buscar en la basura la lata de colillas y la libreta negra. Me derrumbo en su sillón raído. Abrazo esa lata como nunca lo abracé a él. Con dolor, con pertenencia, con todo mi ADN.

10/4/50: Hoy fumé por primera vez.

20/8/53: Violín.

Me acuerdo de esa historia. Cuando puso cuatro cosas en la caja de su violín y se fue de su casa, con 18 años, para volver años después conmigo en brazos.

… Vilma, 1º viaje en barco… Paso rápida las páginas.

27/1/61: Nació Marina.

Pocas cosas recuerdo de mi padre, una de ellas eran sus visitas de fin de semana. La cara de mi madre enamorada y los reproches de él, que no quería oír de problemas domésticos.

–¡Te traje un regalo, Marina!

–¿Una muñeca, papá?

–¡No, algo mejor! ¡Un libro, hija!

–¡No me gusta que me digas hija!

–Y a mí no me gusta que me digas papá. Si me llamas Mario te llamaré Marina, si me llamas papá te llamaré hija.

13/2/66: Ana.

Pocas cosas recuerdo de mi padre, una es cuando fuimos al puerto y vi la Fragata Sarmiento, enorme, de cuento de piratas, con su sirena en la proa con el pelo de yeso y todo el viento en su cara. Y también la recuerdo a Ana, con un vestido blanco, corto y su pelo negro y liso.

–¿Entonces, voy a tener dos mamás?

Y la explosiva carcajada de ellos ante semejante ocurrencia con la fragata de fondo y un helado derritiéndose en mi mano.

17/8/66. Bronca con Nydia por el paseo con Marina.

–¡Papá!! ¡Mira ese gato!!

–¡Es un jaguar, hija!

–¡Ufa! ¿Podemos acercarnos, Mario?

–Solo hasta la barandilla, Marina.

Es otoño pero hay sol. Mario lleva mi abrigo y empieza a jugar con él para llamar la atención del jaguar. El animal responde al juego sacando sus garras por los barrotes y logra clavarlas en mi tapadito beige. Mario tira, el jaguar tira. Gana el jaguar. Cuando el cuidador lo rescata, el abrigo es una maraña de trocitos.

Llegamos a casa con el tapado en una bolsa. Y hubo bronca. Duermo por meses con la bolsa a mi lado. Me gusta el olor a animal y a aventura.

27/5/67 Reunión con el Che en Bolivia.

¡Esta colilla es historia! La busco, es la nº 73 y la separo como un tesoro.

–¡Feliz día del Padre! Tengo un regalo.

— Hija, estos festejos son un invento del capitalismo. ¡Pura mierda consumista!

Con mis 6 años me tragué las lágrimas y arrugué el dibujo lleno de corazones rojos que escondía en la espalda.

14/2/68 Separación definitiva. Marina lo tomó bien.

¿Marina lo tomó bien?

17/5/70 1º cigarrillo en la cárcel.

25/5/73 ¡Nos dan la Amnistía!

Y se vino a vivir con nosotras por un tiempo. Para mis 12 años su materialismo dialéctico era puro idealismo. No conocía la palabra utopía. Con 12 años me pidió que me pasara a su cama, con 12 años me hice un ovillo para evitar sus manos. Con el tiempo olvidé.

Los demás encuentros que tuvimos también están allí, en sus memorias de nicotina.

La luz se ha ido. Enciendo el flexo de la mesa y vuelvo a ver el cenicero de lata con el cigarrillo de ceniza larga. Escribo en la libreta 15/8/14, el último. Vuelco las colillas en la urna de sus cenizas. Me guardo la nº 73, envuelta en un papel de caramelo.

La libreta negra se viene conmigo, será el rompecabezas más difícil que me toque armar. Espero encontrarte cuando encaje la última, papá.

FIN

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