Ésta es mi niñez en casa de mis abuelos paternos Gabriel y Elisa, ésta la interrelación generada con todos sus hijos, mis tíos, a quienes y desde un principio, adopté como mis hermanos, sentimiento vertido también en mis tíos por parte de madre. Permítanme mostrarle en un breve resumen al José Gabriel de mi memoria temprana, haciendo sin detalles, un paneo al núcleo familiar; son ellos, mis mejores amigos.

En Bucaramanga Colombia, sobre la carrera 21 nº 16-01 del barrio San Francisco, a 50 metros de un enorme parque perfectamente redondeado, nombrado de igual manera, sembrado de árboles frondosos, floreados por pajaritos multicolores y en un conglomerado urbanístico de forma trapezoidal, se encuentra una casa esquinera de dos pisos, que en su fachada nos muestra tres amplios ventanales de cristal, uno, amplísimo, abajo y a la derecha de la estructura, encargado de iluminar la sala, rincón de música y centro de congregación familiar para oración del santo rosario al entrar la noche; dos relativamente grandes en el segundo piso, dando claridad a la gran habitación del abuelo Gabriel, Jorge, (hijo menor de los viejos) y quien suscribe.

En el extremo lateral izquierdo de la fachada está la puerta principal de ingreso al hogar; es de
madera, en tamaño estándar , con un «ojo mágico» que consiste en una ventanita cuadrada del mismo material de la puerta, de unos 25 centímetros por lado, asegurada solamente por un pestillo, que nos habla por sí mismo de la seguridad reinante en la época; abierta la puerta de canto a canto deja expuesta, al frente, una escalera de madera “rechinante” que sube 9 peldaños hasta un descanso que se proyecta seguidamente a la derecha, para ascender 4 peldaños más; son exactamente 13… los cuento cada vez que los desando. Me entero por cosas del destino y gracias a otra obsesión desbordada, no patológica que me acompaña de siempre, la lectura, que esto obedece a un “trastorno obsesivo-compulsivo numérico»,

En el segundo piso al final de la escalera, de frente, tengo la habitación de Pepita, (la tía mayor)
espacio amplio e iluminado por una enorme vidriera de muro a muro, al centro la cama y en su costado derecho la respectiva cómoda; ambas en madera labrada. Saliendo de allí, a mi diestra, a dos metros encuentro una puerta color crema… en verdad todas las puertas son de ese color, ésta, da acceso a un sanitario relativamente amplio.

Abandonando el sanitario y a mi derecha encuentro la puerta de acceso a la habitación de mi abuela y Chelita (su hija menor), desde la entrada observo de frente una ventana cuadrada de un metro por un metro, ubicada al centro de la misma con vista a la calle 16 (tengamos presente
que el diseño urbanístico de las vías en Colombia se denominan numéricamente y
como calles, carreras y avenidas). Por este mirador, un ladrón, de los pocos de la época, utilizando una escalera cierta noche escaló la pared, encontrándose de frente con la propia reencarnación de Pentesilea que dormitaba plácidamente en la cama bajo el ventanal; y él, que de Aquiles no tenía nada, se llevó una paliza de los mil demonios, terminando medio muerto en la calle. La escalera nunca fue reclamada.

En cuanto a Chelita que dormía en otra cama que hacía ele con la cama de la abuela, colaboró formando una alharaca impresionante, que nos despertó a todos.

Saliendo de esta habitación y a mano derecha, hay dos puertas divididas por un muro de 60 centímetros de ancho donde está pegado un teléfono de manivela, su auricular cuelga del equipo en un soporte lateral en “ye”. Esto, como todo en casa de los abuelos, es “totalmente prohibido tocar”, so pena de una «muenda del carajo»; las puertas en mención dan paso a una sola habitación ampliada por ellos en algún momento.

Asomado por la puerta derecha observo dos camas que tienen por cabecera una amplia ventana
hacia la carrera 21; más pequeña que la de la sala pero mucho más grande que la de la abuela Elisa; la cama de la derecha, junto a la pared lateral es de Jorge (el menor de sus nueve hijos), la otra no recuerdo de quien es; a los pies de esos lechos, a un metro, pegado al muro, hay un closet destinado a Jorge y Hernando, para sus tesoros personales; los tesoros comunes los guardan en el primer piso, en un “cuartico” diagonal a la sala; allí me armo ocasionalmente con la hermosa espada plateada del General Rafael Uribe Uribe (pariente de mi abuela Elisa Rey Uribe).

Ésta arma tiene la punta partida en unos 15 o 20 centímetros que suelo extraer
meticulosamente de la vaina, pues su reborde interno dificulta la salida de tan codiciado “pedazo”, que luego uso como daga al cinto, mientras empuño la espada sobrante como el mismísimo Don Quijote, para marchar de inmediato rumbo al patio, blandiéndola en feroz combate contra el frondoso platanal allí sembrado… hasta que de pronto: ¡DIOS!… ¡la mata cayó estruendosamente haciéndose añicos!… la “pela” será inevitable.

Avizorando ahora por la puerta izquierda, puedo ver la cama del abuelo Gabriel, con la misma orientación en relación a la habitación de la abuela; quiero decir, pegada horizontalmente a la pared del frente, bajo una ventana como la de Jorge; con la parte del pie de cama haciendo una ele con los lechos anteriores y con su cabecero unido a la pared; en este caso del lado izquierdo de la habitación, permitiendo al abuelo levantarse por su costado derecho.

Aquello me transmite sensación de asombro, como si los abuelos, estuvieran durmiendo
adosados por medio del muro, de una forma complicada, surrealista, como en los ilustrados que veo una y otra vez en el “estudio de Hernando”; definitivamente ellos tienen que dormir interconectados a través de la pared, o posiblemente se encontrarán por fuera, pasando cuidadosamente por el poyo que sobresale de casa dividiendo el primero y segundo piso, para así, acompañarse del Cielo.

(Posiblemente allí, Casita, sin querer espanto)

José G.P.G.

San Cristóbal 15-09-16

Scripta Manent.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS