MARTES

Los ojos entornados que pixelan el paseo

entre despachos mal pintados

dejan paso, sin cautela,

a recuerdos de madera

y de un mantel de flores tenues

resistiendo a la penumbra de la siesta.

Hemos amanecido en mares vacíos desde entonces

y la pantalla

ha dejado de nombrar nuestros apodos,

pero, ¿quién escribe?

Zonas de altas presiones en los aleros de los días

me hacen morderme el labio

y me consuelan flojito

diciendo que, acaso,

lo que he perdido son las letras.

Mas el insomnio siempre acecha y me susurra

que el olvido es una sierra,

no un castigo.

Y que hay derrumbes.


MIÉRCOLES

Es desnuda mi manera de extrañarte.

Cómo pieles tan ligeras han podido acurrucarse

sobre el mármol.

Los motivos y las venas de este suelo

no revelan nada bueno.

Tras el portazo me percato

de que todo resplandece

y es tan blanco

que debo apartar la vista. Y,

aunque hay semanas en los días,

las manos me levantan,

y el calor de los helechos

y el rocío de sus hojas

me acompañan y me asean.

No me visto,

pero antes

sí lo hacía.


JUEVES

Cómo nombrar la única pared de esta morada.

La luz añil de lluvia atravesando,

desde atrás,

las rejas de un balcón abandonado y,

sólo ahora,

reocupado por mis ojos.

Cómo decir los envoltorios empujados por el viento…

o que llevan el sonido de la muerte

más completa y absoluta.

Cómo las esquinas de adobe,

el abandono de la tierra,

los aromas del miedo de estar viendo

el futuro en estas calles silenciosas.

Cómo decir lo que nos pasa por dentro.


VIERNES

Reflejos fluorescentes vibran en el tiempo del vagón

como diciendo

“ya es de noche”.

Las madres cansadas miran nada

mientras pares de coletas las reclaman

desde abajo.

Representaciones tardías del pasado

se cuelan en cada parada

y se potencia

y acompasa

el latido colectivo.

Aspiro y el sabor a combustible

me preocupa por el hijo que no existe,

pero está.

Saltar al andén es volver a la garganta y,

sin embargo,

en esta cueva no hace sol

ni sufro frío.

Supongo que me quedo.


SÁBADO

Suenan los grilletes del rímel

y desde un cuarto propio

el PC me pide que me agache

siempre

un poco más.

Una ligera taquicardia frente al espejo

porque hoy le gano la noche

hasta a las ratas.

Hoy

voy a hartarme de mirar como sabéis

que sé.

Porque os leo desde lejos

y os dejo pasar,

y sonrío a medias

para no volver.

Cómo jode.

Cómo gusta

ver que es tan fácil y que puedo

decir tranquila:

“hasta mañana”.


DOMINGO

Minutos de resacas estivales

en pitidos de un teléfono cargando hasta la noche

nos revelan

otras formas de medirse.

Me contesta con ternura indescifrable

porque fuimos animales

renegados de la carne.

Las oscuras dudas del domingo

siempre encuentran su liturgia en las iglesias

de los pliegues de la cama.

Pero el asfalto es más fuerte y no respondo,

porque creo que me puedes

y, si no,

me resquebrajo.

Ondas wifi mantienen el pulso de poder

esperarte siempre y donde sea.

Quiero crecer y entonar con fuerza y con arrojo

oraciones banales a los tiempos de las cosas,

o a la muerte de internet

y de mis miedos.


LUNES:

A veces la calma y la sonrisa en el silencio

son el efecto de otros rostros que,

desde intervenciones angulares,

nos hicieron comprender los aromas de una prisa

que hoy ya no

nos acompaña.

Era el tic-tac preciso el que me hacía

supurar granito de la espalda, era

el que ahora escucho acurrucada en el tejado,

el que me duerme.

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