Presentía, como un ligero suspiro,

la posibilidad de acercar su mirada.

Descuidaba el gesto para recuperarlo

renovado y por sorpresa.

Se encontraba consigo al olvidarse de sí

y entonces era ya diferente.

Porque se movía encontraba un sitio para ser.

Porque sonreía convencía a la tristeza de que no siguiera insistiendo.

Y así sin quererlo, sin darse apenas cuenta,

descubrió que era feliz.

Buscó en el instante que el significado brotara.

Aprendió de la espera y del silencio.

Encontró a las dudas y bailó con ellas el tiempo necesario.

Y después, o tal vez antes, que en el fondo poco importa,

divisó su camino.

Deslizar entre nubes susurros y escuchar el eco de latidos que acariciaban

se hizo tan sencillo como respirar cerrando los ojos.

Permitirse sentir sin ataduras, con el alma limpia,

y así cuidarse desde dentro y hacia fuera

para que luz y oscuridad significasen la misma paz

y nuevo amor.

En lugar de soledad hallar compañía en cada paso.

Descubrir sin pretender y conceder permiso a la brisa

para que las caricias nunca falten.

Trazar líneas que seguir para olvidar

y buscar un espacio en que el sentido desnude la apariencia.

Reír juntando los pies, bailar con las manos muy abiertas,

dormir a pierna suelta.

Que soñar despierto no te quite el sueño de vivir lo que soñabas

sino al contrario,

porque así te reconoces en otra luz, otra vereda.

Encuentras flores y las disfrutas,

combinas colores que saben a frutas.

Hallar en el amanecer la calma y sumergirte en su abrazo.

Visitar en el atardecer la pausa y desde ella descifrarte.

Sentir en el anochecer refugio para empujar de nuevo mañana

y dejar que el descanso te llene,

que el anhelo sin causa se vaya.

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