Me niego a limpiar de mis zapatos

el polvo que los cubre

-el desconcierto-

de lugares que pisé sin darme cuenta,

de caminos que conté mientras pisaba.

Me niego a negar que en mis huellas

pasa el tiempo

-profundos surcos-

curtiendo la tierra

entre la marchita piel ajada de mis dedos.

Me niego a ser testigo del agravio,

me aliso con las manos el pelo, la falda

-sin vuelo-

dejo caer los brazos

y lo grácil se vuelve tosco

en el escorzo improvisado de mi cuerpo.

Me empuja el suelo

y veo al final del túnel

la fría luz

-es invierno-

el futuro empieza ahora…

y no deja de llover en el infierno.

Me niego a escapar del purgatorio

redimida de pecados no carnales,

me arrodillo -alma penitente- me destroza ese perdón no concedido

y les sobran a mis ruegos tu clemencia.

Me niego a voces.

Me indulto en secreto cada noche

y cada día me crucifico

-de nuevo-

Guardo los clavos

en orden inverso: la tinta fresca primero.

Me niegas tres veces

y (me) crezco.

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