Lluvia
Alguien tuvo que detener
esta lluvia
con un rito,
un cuchillo,
echando sal
o simplemente
porque el viento
rotó al sudeste
y alejó las nubes.
Lo cierto es que
tras la lluvia
domina el silencio,
como en los cementerios
después de un funeral,
o cuando algo se termina,
no necesariamente
una vida,
pero que se le parece,
a tal punto
de sentir la devastación
de la ausencia.
O como pensar
en lo que se siente
después de una guerra,
apilando cuerpos
y despejando calles,
en silencio y casi
a oscuras,
al menos para hacer
un sendero hasta el mercado.
La lluvia se detuvo,
el silencio reina,
la casa está vacía,
y los ángeles
disfrazados de fantasmas,
improvisan una danza
al ritmo de la gotera,
para hacer más llevadero
el hastío de la noche.
El Ángel y el niño
Un niño está con su madre en la esquina.
En la esquina de la plaza.
De pronto
una mariposa.
El niño la ve,
el niño la sigue.
Cruza la calle.
El semáforo está en verde.
El angel ve al niño,
debe que hacer algo,
mira al cielo,
pide ayuda.
El Sol le manda un rayo,
un rayo de luz.
La luz se refracta en un vidrio,
se descompone,
estalla en mil colores.
El amarillo
se estampa contra el semáforo,
luego el rojo
El semáforo cambia de color.
El auto frena,
el chillar estremece.
La madre grita desesperada.
El conductor grita enojado.
El niño atrapa la mariposa.
El ángel cae rendido,
por el niño,
por la madre,
por el auto,
por la mariposa.
Se sienta en un banco,
en un banco de la plaza.
La tarde cae.
Con lo que sobró
de rojo y amarillo,
el Sol se pinta,
y se hace atardecer.
El ángel contempla la escena.
Demasiado trajín,
para una tarde
en la que no pasaba nada.
El Ángel y la moto
Un joven viaja en su moto,
en su moto mosquito.
Su moto vuela,
vuela como un mosquito.
El ruido del motor
parece un mosquito.
El joven viaja,
la moto vuela.
De pronto un pozo,
una grieta,
en la calle
en la esquina.
La moto cae,
el joven vuela.
Un ángel se tira al piso,
lo sostiene.
El joven salva su vida,
el ángel casi pierde su eternidad.
Maldito pozo,
maldita grieta.
El joven se levanta
rápidamente.
Todos nos levantamos
cuando acecha la muerte.
A veces nos arrolla y nos lleva,
a veces escapamos,
escapamos de la muerte.
El joven para la moto,
la levanta de la calle.
No llegará a tiempo,
tal vez no llegue nunca.
Tal vez haya perdido
o ganado.
Todo es distinto
El joven,
la grieta,
la moto mosquito,
y el ángel,
que por salvarlo
casi pierde su eternidad.
Todos somos uno * Dicho popular de la tribu Zulú «umuntu, ngumuntu, ngabantu», que ensignifica «una persona es una persona a causa de las demás.»
Somos uno,
somos todos.
Dos gotas
se parecen,
se igualan.
Son dos,
son miles,
son agua,
que corre en torrente,
que baja la cumbre.
Recorre campos,
atraviesa senderos,
poblados,
seres.
Seres que yugan,
su sudor,
son gotas,
son agua
y riegan,
riegan la tierra,
la tierra arada.
Seres que lloran,
sus lágrimas
son dolor,
son gotas,
son agua,
que suaviza la angustia
y arrebata la furia
en los campos de batalla.
Sus gotas son sangre,
en el silencio de la guerra.
Sangre que llega al río,
y es agua,
que corre al mar,
y rompe en olas,
que bañan playas.
Y se hacen tempestad,
Y arrecian barcos,
trémulos,
indefensos
al poder del mar,
del agua,
de las gotas,
que el Sol evapora,
que se hacen nube,
y son uno,
son gotas,
son lluvia,
y son todos,
y son agua,
que salta al vacío,
y arrecia,
y bendice,
y reconoce
la infinita eternidad
de ser uno,
de ser todos.
La moza y su Ángel
Me sirves el café
por las mañanas
y tengo tres minutos
para contemplarte,
para hablarte,
para hacer algo,
para que te quedes.
Pero tú,
sólo me sirves el café
y me sonríes.
Entonces es necesario
que yo haga algo,
que te hable,
que te distraiga,
que te cuente
sobre las noches
en las que pienso en ti.
Pero no sé que hacer,
no sé que decir,
no sé como distraerte,
no sé como contarte
sobre esas noches
en las que pienso en ti.
Y tú,
me dejas la taza de café
y me sonríes,
y sigues sirviendo café,
y los días pasan,
y cada vez me hago más viejo,
y cada vez
tengo menos palabras,
y menos distracciones,
y menos noches
para pensar en ti.
Y tú también creces,
y llegará el día
en que te vayas,
y yo,
ya no pueda hablarte,
ya no pueda distraerte,
y no tenga forma
de saber,
qué hubiese pasado,
si te hubiese hablado,
si te hubiese distraído,
si tú,
hubieses sabido
sobre esas noches,
en las que pienso en ti.
El Ángel y el Malabarista
Un muchacho
hace malabares en la esquina.
Pide monedas,
monedas a los conductores.
Camina con las manos,
hace malabares.
El semáforo está en rojo.
El ángel lo cuida,
le hace viento con sus alas.
Lo sostiene en la vertical.
Al ángel nadie lo ve,
al muchacho tampoco.
El muchacho termina,
termina los malabares.
Pide monedas.
El ángel mueve las manos
como una arenga.
Quiere motivar a los conductores
cada vez más solitarios.
El ángel mueve las manos,
como un jugador
cuando la tribuna no alienta.
La rutina termina.
El semáforo se pone verde.
El muchacho cuenta las monedas.
Hace calor,
el ángel entra al market,
toma un sorbo de agua,
de la expendedora,
de la máquina de agua.
La encargada llama al service,
la máquina se activa sola.
El service la revisa,
no tiene nada,
funciona bien.
Nadie entenderá que un ángel,
tomó un sorbo de agua
de la expendedora
de la máquina de agua.
Lunes por la tarde
Es lunes,
acaso los lunes,
son días distintos.
Abrí la puerta de mi casa
y me sentí solo.
Abrí la puerta
de la heladera
y encontré un vino.
Abrí la puerta
de la alacena
y saqué un vaso.
Abrí la botella
y encontré sosiego.
Tomé de a sorbos,
como las horas del día.
Tomé con pausa,
y el lunes transcurrió
en el vaso,
y las emociones
en los sorbos,
y mi melancolía
en el mareo.
Abrí la canilla
y lavé platos,
los platos del domingo,
y vi a mis hijos
compartir mi cena,
en los platos,
en el domingo.
Abrí mi corazón
y te vi,
te vi a vos,
y me sentí protegido.
Y luego me bañé
y sané mi heridas.
El Ángel y el joven
Discuten.
Se va.
Se sube al auto.
Viaja,
viaja rápido.
No sabe dónde,
no sabe cómo.
Va hacia el parque.
Tiene un arma,
el arma del padre,
el auto del padre,
la vida suya.
Llora.
Da puñetes al volante.
Grita.
Conduce rápido.
El Ángel piensa,
no puede subirse a esa historia.
Con una pluma
revienta un neumático.
Una pluma de sus alas.
Un neumático del auto.
El joven se asusta,
se despierta.
Choca un patrullero.
Grita.
Va preso.
Sus padres acuden,
acuden a sacarlo,
a sacarlo de la celda.
Se van a casa.
Dejan el auto,
El Ángel del sueño se hace cargo,
las heridas
que el día te provoca,
la noche las repara.
Es mediodía,
la madre lo llama,
almuerzan juntos,
como todos los domingos.
El Ángel descansa.
Descansa aliviado,
por ahora.
Miércoles por la tarde
Es miércoles,
y todo hace indicar
que mañana será jueves,
salvo un cataclismo
o algo inesperado
que el Universo
considere necesario.
Muchas agendas
se perdieron
en el instante mismo
en que explotó Hiroshima.
Después de todo,
no fueron necesarias
luego de tamaña
devastación.
Desde que recuerdo,
y antes también,
seguido del miércoles
vino el jueves,
pero la muerte arrebata
la vida en un segundo,
lo cuál me hace
considerar un margen de error.
Es miércoles,
mañana será jueves.
No sabés las ganas que tengo
de encontrarme con vos.
Jueves por la tarde
Miro del Sol
su sombra,
intento descubrir
su movimiento.
Cuento las horas,
los minutos,
los segundos.
Cuento
con mi ansiedad.
Me cuento
que no vendrás,
que no me quieres,
que estorbo,
que te hago daño.
Cuento con el día
Que desafía
mi templanza,
con sus
horas inciertas,
minutos eternos
y segundos imposibles.
Te cuento,
que mi esperanza
nada modifica.
Te cuento,
que mi pecho
me avisa que
estoy vivo.
Te cuento,
que el viento
despierta
mis sentidos.
Te cuento
que te espero,
que espero la hora
la hora de tu arribo.
Esta París
Esta París,
no es la París
de los Champs Elysees,
no de Les Tuileries
de primavera,
menos del Louvre.
Esta París,
no se encuentra en
Wikipedia,
ni en los folletos
del City tour
de la oficina de turismo.
Las piedras quebraron
las lilas que se marchitan
a orillas del Sena.
Se asemeja al diciembre
de Plaza de Mayo.
Los chalecos Amarillos
marchan,
pisando los narcisos
de la Place de la Concorde.
Policías los custodian.
Cascos negros,
escudos de acrílico.
Me parece que
todo esto ya lo vi,
pero no en París.
Hordas rebeldes
masacran a su paso
ese hálito historicista
de urbe barroca.
Los chalecos amarillos
revolotean como mariposas
el Arc del Triomphe.
Napoleón de mil batallas
observa perplejo.
No es la París
del Barón Haussmann,
todo es caos y destrucción
Nosotros somos
los barbaros.
Nosotros gestamos
la huida en helicóptero
París no se emparenta
a nuestra ignorancia,
o será que acá
también existen?.
A la vera de la
Avenue Marceau,
bajo la sombra
de un árbol,
atónito observo
las pintadas
sobre la piedra centenaria
casi eterna.
Cruzar el Atlántico,
a diez mil metros,
a catorce horas,
a once mil kilómetros
de distancia,
para ver esta París
agrisada y polvorienta
con rastros de aerosol.
Qué dirá Cézanne?,
qué Picasso?.
No es la París
que llevo en mi ilusión,
no la que ansiaban
tocar mis manos,
es la de mi angustia.
Exijo!!!
que me devuelvan
mis sueños.
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