El genocidio de los pobres

El genocidio de los pobres

El genocidio de los pobres

Con mucha tristeza me siento apoderada,

del reclamo ancestral

de todos los pobres de mi patria,

que hicieron libre

este terruño basto;

Sin paga, sin moción y sin provecho.

Con mucha tristeza,

no puedo contar,

los cuerpos, que dejaron en el pasto;

empero, a la luz del día y de los hechos;

En, tecnicolor, el dolor del holocausto,

En la vivida prisión

De los sintecho.

Con, tristeza me arde,

Como el fuego sobre el pecho,

que nuestros hijos sigan peleando sus guerras;

que lleven sus nombres y

los nombres de los nefastos,

Y el titulo notarial de nuestras tierras.

Ya la rabia se hace brava

y arraigada, tenaz

Furtiva, inconveniente ;

Se hace pesada y estalla

Como el agua,

que se escapa

Del embalse a su corriente.

No quiero oír,

De mis ávidos congéneres,

Que esos pobres; son y serán

Un gran montón de nada;

Por qué a cuentas de sus

Vidas se apilaron,

Los ladrillos menesteres de mi patria.

No quiero que al fin y a expensas,

Mi tristeza, le dé de comer a

Estos traidores; que se sirven

A sus anchas las riquezas

Y se pasan como feudos

Los bastones.

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La garganta del alba

Desde la garganta del alba,

se desvestía un claro de luna;

en este cielo lapislázuli,

llevándose trágica mente el día;

el gorjeo de los pájaros,

el melancólico trino;

se alejaba también la utopía;

y al fin, entre las nuevas luces;

la calma; rojiza, espectral;

bifurcándose en el horizonte;

hilos de sol, luz que se esconde;

endemoniada figura;

crepitantes pastos de espeso rocio;

en este escenario basto;

con el brillar de diamantes.

Se desvestía en penumbras,

su silueta insinuante;

un adiós crepuscular,

deja atrás la estela de una tarde,

de tan sombrío semblante.

Desde la garganta del alba,

en este cielo lapislázuli;

el sol se marcha

abrazando el estío;

la piadosa soledad,

que se trepa hasta la parra;

se escucha distante, el ultimo trino;

la vid bien provista del futuro vino,

ofrenda cobijo a los patios contiguos;

con su exuberante vestir de racimos.

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El faro de los caídos

Perdimos la noción de la palabra,

en algún arrebato del destino;

las dádivas sirvieron para cruces;

sin un ápice de luz en el camino.

No puedo olvidar ,

por que si olvido ;

la antorcha se apaga para siempre;

como un faro de triteza y cobardia ;

se yergue en el pecho de la gente .

Pagamos las balas como dotes;

y mandamos nuestros hijos a la guerra;

no hay tierra que devuelva nuestra sangre;

y no hay sangre que devuelva nuestra tierra.

Perdimos porque el hambre,

no es del hombre;

es un gélido suspiro del infierno,

perdimos el juicio y el gobierno;

la memoria y el dolor de lo que esconde.

No puedo olvidar,

porque si olvido,

la sangre se me agolpa en las entrañas;

y no puedo distinguir al enemigo;

cuando pasa por la puerta de mi casa.

Pagamos las balas como dotes;

lloramos y aplaudimos en la plaza;

perdimos en la más oscura noche;

no puedo olvidar porque me mata.

Me mata, como matan las ideas;

los cómplices del miedo, en la subasta;

en que vendieron mi país, y i futuro;

y los pibes que murieron en batalla.

Por esto, si la sangre,

no me estalla;

es, porque jamás,

me ha de ganar el olvido.

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Mi mejor recuerdo

Espero las canas plateadas,

Que se enreden, en mis dedos, de nieta;

espero los días, con ansias;

de retrospección

y sabias sencilleces.

A esos días, les llevo una vida;

preparando el alma,

les llevo una vida,

poniéndole flores;

cojines, tazones;

Bien encaminado,

el esfuerzo en el rio;

se lleva mis huesos,

por los huesos nuevos;

y por ellos vivo.

De ellos vendrán, y eso espero;

los dedos, que enreden;

mis flamantes canas;

subrayen mis horas,

pronuncien mi nuevo,

lugar en el mundo;

Así desde mi juventud, vislumbro,

mis días, de juegos,

de siestas con nietos;

que enreden mi pelo;

con ansias lo espero;

Espero, la vejez como un regalo,

en paz con todos los que amo;

espero, porque la esperanza

no tiene miedo;

con ansias; por que las canas,

son mi mejor recuerdo.

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